Oberlin, Ohio
La carretera secundaria que conduce a Oberlin atraviesa barrios de clases medias que sobreviven a la crisis con cierta resignación. Hubo tiempos mejores. Las ardillas se mueven a su aire en unos jardines que acusan el paso precipitado del otoño al invierno.
Los colores son insuperables, indescriptibles, una gama cromática que muestra todas las variedades posibles de los verdes, amarillos, rojos y pardos. El sol de octubre brilla acompañado de un viento suave que hace temblar las delicadas hojas de los grandiosos árboles. Pronto abandonarán las ramas y cubrirán los jardines, las carreteras y los caminos.
Me dirijo al Oberlin College, un centro educativo que es considerado entre los veinte de más calidad de Estados Unidos. Ayer les hablaba de las miserables escuelas públicas del barrio negro de Cleveland. Oberlin College es la otra cara de la moneda del sistema educativo americano. Se encuentra a unos cincuenta kilómetros al oeste del centro de Cleveland. Fue fundado en 1833 por un grupo de presbiterianos que se retiraron a esta parte del interior del lago Erie para pensar, meditar y cultivar las artes.
Avanzando hacia el amplio campus, las viviendas exhiben en su jardín algún signo de identidad familiar. El más repetido es una vistosa placa clavada en el jardín que proclama la intención de voto de sus ocupantes. La mayoría anuncian sin complejos que votarán a Obama y a Biden. Muy de vez en cuando, el testimonio público es a favor de McCain y Palin. Otros jardines exhiben una bandera americana muy notable. Este patriotismo de las barras y estrellas se observa en todo el país, desde California a Ohio.
Pero las señales más numerosas que se detectan a la vera de la avenida son las de agencias inmobiliarias que se ocuparán de vender las viviendas. El coche puede ser viejo o pequeño. Pero la casa es el signo más explícito del nivel de vida de una familia americana. Tantas casas con anuncios de que están en el mercado es ciertamente un indicio de que la crisis ha llegado de forma rotunda en esta parte del país.
He escogido Oberlin College porque pasé dos días en su campus en mi primer viaje a Estados Unidos en mi juventud, allá por el año 1972. He preguntado al primer estudiante, que cursa ciencia política en este College, y le pido que me indique a quién debo dirigirme para hablar de la vida académica y social en Oberlin. Se llama Tom Amtonsen y es de Missouri.
En pocos minutos me confiesa que ya ha votado por Obama porque es el cambio y porque los republicanos lo han hecho muy mal. Me asegura que el voto demócrata será mayoritario entre los 2.800 estudiantes que se han registrado en el college.
Me ha venido a la memoria aquella conversación entre John K. Galbraith, el autor de la Affluent Society, y consejero de John Kennedy, que en su juventud le preguntó al presidente Truman cómo le había ido su visita a Yale. Ya sabe usted, profesor, le contestó el presidente, que todas las universidades son iguales, todos los estudiantes republicanos y todo el claustro demócrata.
Sospecho que sesenta años después, al menos en Oberlin, la mayoría de profesores votarán demócrata y los alumnos también. Me atiende enseguida Hill Medina, una filipina de origen chino, que se encarga de la selección de los estudiantes que la esperan en una cómoda sala de estar. ¿Cómo ha tardado tanto tiempo en volver?, me dice amablemente. Su apellido es hispano, le pregunto. No, ya sabe usted que cuando los españoles colonizaron Filipinas nos hicieron cambiar el nombre a todos. Efectivamente, fue el gobernador general de Filipinas, el gerundense Narciso de Clavería, el que decretó un edicto para que todos los filipinos escogieran un nombre de una larga lista de la que cada indígena escogió el que más le gustaba.
Oberlin es un college privado. La matrícula asciende a 47.000 dólares al año y hay unas cuantas becas, pero no muchas. Es un centro elitista pero no de ricos. Un 9 por ciento son extranjeros y la gran mayoría no proceden de Ohio. Los alumnos viven en residencias y durante su graduación pasan varios meses en el extranjero.
El conservatorio es una de las distinciones de este centro. También el club de jazz y las disciplinas liberales. No dispongo de mucho tiempo para visitar el departamento de español y me paseo con tres estudiantes por los céspedes cubiertos de hojas caducas mientras me explican la vida en este ambiente agradable.
En 1972 ya me dijeron que de aquí salían preparados para entrar en el club de las minorías dirigentes del país. Hoy me han dicho lo mismo. Esto es América y posiblemente seguirá siéndolo, gane quien gane las elecciones el próximo martes.
Un país individualista en extremo en el que los mejor preparados y los que tienen más fortuna se llevan la mejor parte y el que no llega se queda tirado en la cuneta.
Una sociedad que tiene unas elites muy preparadas y que viven principalmente en las grandes ciudades de las dos costas. La cultura americana son también las 1.700 orquestas sinfónicas, las siete millones de entradas para la Ópera vendidas cada año y los 500 millones de visitantes a museos anualmente.
A pesar de estas magnitudes existe una manifiesta desigualdad social si se compara la escuela pública negra de Cleveland y este college elitista y liberal de Oberlin.
Ya que cita a Galbraith, vale la pena recordar que nunca se cansó de denunciar no solo la desigualdad, sino que esta no ha dejado de aumentar. Desgraciadamente este no es un problema que afecte únicamente a la sociedad americana.
Sr.Foix: Alea iacta est, rien ne va plus, ya no hay más cera que la que arde…Tópicos aparte, la que le espera al ganador no va a ser chica.
Por lo que leo estas elecciones ya están más que decididas, Obama ganará y sólo se dilucida si será por abrumadora mayoría, la era Bush se acaba de la peor de las maneras, con una crisis de caballo y un panorama de lo más negro.
Un saludo, J.Vilá.
Lluís, las desigualdades existen en todos los lugares.