Un político no precisa ser sabio y ni siquiera intelectual. Basta con que sepa el significado y el alcance de sus palabras y las consecuencias de sus actos. He releído en diagonal el libro de Luís Carandell sobre las anécdotas del Parlamento y desde que Azorín inventara el género de la crónica parlamentaria han sido innumerables los periodistas que han hecho gran literatura desde las tribunas de prensa de las cámaras legislativas.
Josep Pla, Manuel Vicent y Víctor Márquez Reviriego han descrito los grandes discursos y las zafiedades oratorias de tantos parlamentarios a lo largo del tiempo. Estamos en pleno linchamiento del diputado Joan Tardà que hablando ante las juventudes de Esquerra pensaba que estaba en una taberna. Él mismo se ha excusado con una confusa explicación sobre la inexistente República en tiempos de Felipe V contra quien se supone dirigía su «metafórico» grito de muerte.
El presidente Bono ha cubierto con un manto de comprensión al diputado Tardà precisando que es un poco primario y que no tenía intención de dar muerte a nadie. El episodio ocupará titulares durante varios días hasta que después de este largo puente la crisis económica vuelva a ser objeto de las preocupaciones más inmediatas de las gentes.
Aunque no hablara en sede parlamentaria, el diputado Tardà se supone que sabe lo que dice cuando está ante un micrófono y se dirige a una audiencia grande o pequeña. No me preocupa tanto lo que dijo sino las contradicciones de su alocución final y el escaso buen gusto de sus palabras.
Porque la política no puede vivir al margen del buen gusto, de las maneras correctas, de una cierta cultura de respeto al adversario. Se ha perdido la fe en las palabras y sin fe en las palabras no se puede vivir porque significa abandonar la lógica de la convivencia y se entra en la deformación de la realidad.
A veces pienso que quienes practican la demagogia en política necesitan de un balneario cultural en el que se repase la gramática, la poesía y la literatura. También unas pinceladas gruesas de historia. Al terminar esta primera cura aconsejaría un largo tiempo de viajes por países lejanos, conocer otras civilizaciones, espigar por esos mundos lo mejor de cada lugar. Estoy convencido que al término de esta terapìa se sabría apreciar al menos el valor y las consecuencias de la palabra.
Resulta increible que un diputado del parlamento pueda faltar el respeto de esta forma al Rey, un diputado que ha jurado o prometido la constitución, un diputado que cobra del erario público y que como todo funcionario público debería tener un respeto al cargo.
El desconocimiento histórico que tiene Tardá es más grave si tenemos en cuenta que era profesor, lo cual me explica la incultura que tienen nuestros estudiantes.
Un saludo,J.Vilá.
Lluís; Una cosa es el buen o mal gusto y otra amenazar de muerte al jefe del estado.
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Por lo que he visto de Tarda se puede decir lo que se quiera sin que le pase nada a quien lo dice.
Es algo vergonzoso y que solo conduce a que todo el mundo se crea con derecho a decir la burrada mas grande.
Sr.Foix: Winston Groom escribió una novela que fue llevada al cine y en la cual su personaje, Forrest Gump, decía una frase memorable "tonto es el que dice tonterias". Después de lo escuchado estoy convencido que para el diputado Tardá el mundo es una caja de Borbones…