El discurso independentista está tan bien elaborado que resiste la prueba de todas sus contradicciones. La primera evidencia es que las tres fuerzas políticas que ganaron las elecciones del 21 de diciembre son tan heterogéneas que han sido incapaces de ponerse de acuerdo para formar un gobierno que permita levantar el artículo 155 y trabajar para recomponer la paz cívica y política en Catalunya, que hoy está gobernada por Mariano Rajoy desde la Moncloa.
Junts per Catalunya, ERC y la CUP obtuvieron 70 diputados. Es una mayoría suficiente pero sin efectos políticos prácticos hasta el momento. Carles Puigdemont anda por Europa proponiendo soluciones inviables con la adhesión inquebrantable de una veintena de diputados que le siguen con una convicción más romántica que realista.
Desde Bruselas, Copenhague, Helsinki o Berlín no ha transmitido un discurso político adaptado a las circunstancias. Ha practicado la astucia tal como la entendió desde el primer momento su mentor, el expresident Artur Mas.
Alain Peyrefitte, en su dietario gaullista, afirma que la democracia exige que se convenza a los ciudadanos utilizando los recursos para hacer evolucionar los espíritus. Esto pide tiempo y convicciones muy sólidas. Pero hay circunstancias, decía De Gaulle, que hay que liderar aunque se vaya en contra de lo que piensan las mayorías.
En todo caso, las equivocaciones de un líder se pagan en las próximas elecciones porque, como afirmaba Karl Popper, una característica de la democracia es básicamente echar gobiernos del poder más que ponerlos.
Esta particular manera de actuar no es compartida por todo el pueblo de Catalunya ni tampoco por el resto de fuerzas independentistas. Joan Tardà lleva semanas insinuando que para alcanzar la independencia hay que renunciar al unilateralismo y regresar a posiciones más realistas que permitan ensanchar las bases de un movimiento que no cuenta hoy por hoy con una mayoría sig- nificativa para gestionar una hipotética independencia.
Oriol Junqueras no cuenta con los altavoces ni con las oportunidades de comunicarse que tiene Puigdemont pero sus mensajes que llegan de la cárcel de Estremera, donde lleva más de seis meses en prisión preventiva, una severidad judicial del juez Llanera desproporcionada, han llegado al punto que ERC no ve factible la candidatura de Puigdemont y reclama que se alcance una presidencia efectiva.
Estas discrepancias no vienen de Mariano Rajoy ni del entorno de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría sino que surgen de un independentismo fragmentado por sus tácticas y su estrategia. Desde un sector del independentismo se le ha recordado a Puigdemont que un país no puede vivir pendiente de un líder que está ausente y que de momento no se le espera en Catalunya. ERC está diciendo que la fuga unilateral independentista no ha conducido a buen puerto mientras que el núcleo más duro que rodea a Puigdemont insiste en una confrontación abierta con España esperando vanamente que Europa doblegue a Rajoy y le obligue a pactar la independencia catalana con unas negociaciones a la checoslovaca, es decir, un acuerdo amistoso entre el Congreso de los Diputados y el Parlament de Catalunya. Cuánto voluntarismo pelagiano y cuánto desconocimiento de nuestra historia colectiva.
La CUP le escribió el guion a Artur Mas y lo ha mantenido hasta hoy sin que ninguno de sus diputados tengan rasguños serios con la justicia. El discurso de Carles Riera de la CUP va en la línea rupturista con España aunque su fuerza haya quedado reducida a cuatro de los diez escaños que tenía en la anterior legislatura.
La CUP no manda pero desde sus escaños imprescindibles ha ejercido un poder que le costó el cargo a Artur Mas, ha puesto las instituciones patas arriba, ha declarado un instante de República y todavía hoy puede vetar a cualquier candidato que no lo considere apto para sus proyectos anticapitalistas. Digámoslo claro: el independentismo está fragmentado pero no se atreve a admitirlo.
Me cuentan de fuentes muy próximas a la Moncloa que Rajoy no sabe cómo afrontar políticamente un conflicto que está en manos de los jueces. Quizás por eso pagará caro el inmovilismo que practica desde el 2012. Ahora que el filósofo Habermas sigue hablando desde su residencia bávara, le recomendaría a Rajoy que reflexionase sobre uno de sus libros: “El reconocimiento de las diferencias, el reconocimiento mutuo del otro en su alteridad, puede convertirse también en la mar- ca de una identidad común”.
Publicado en La Vanguardia el 9 de mayo de 2018
Y si el plan D, no funciona….tranquilos tenemos mas
Ciertamente. Yo soy diferente de mi hermano, pero no por eso he de declarar la independencia respecto de el. Lo queramos o no, somos hermanos. Y puedo vivir en libertad sin declarar esa independencia, libertad con todos los derechos y obligaciones que eso supone, en un pais que ha superado una dictadura y ha construido una democracia en paz (si exceptuamos el terrorismo).
Mira que em sap greu, però greu de veritat perquè si hi ha una persona a la que no soporto es el Sr. Aznar, però vet aquí que té el do de la premonició, allà pel 2012 va dir «Antes se romperà la uniad de Cataluña que la de Españ», gràcies, Sr. Puigdemont, li estem molt agraïts.
Sr. Foix: Lo miro desde un punto de vista neutral e imparcial y pienso que :
Sea en dictadura y con democracía orgánica ( como les gustaba nombrar a la dictadura a los dictadores ), ó con Democracia parlamentaria, ó con república independiente la sociedad humana nunca se librará de los » corruptos «…por que … » El poder corrompe » incluso a todos los corrompibles. Que son muchos y de todos los colores, incluidos los independentistas.
¡ Ó vamos a creer que los independentistas, por el hecho de serlo, … no se contagian de esa ludopatia del juego del poder y de la riqueza acumulados sin fin y sin humanidad ni sentimientos !
Al buen entendedor… de la inmensa mayoría silenciosa …que nunca es tenida en cuenta ni tampoco valorada, por el poder y los políticos que nos representan.
Es la hora de hacernos oir.
Yo solo veo mamiferos