La teatralidad en la Cámara de los Comunes que muchos hemos seguido en directo estos días de agitación política en Gran Bretaña no han sido episodios divertidos pese a la actuación ocurrente y rápida, mordaz y sarcástica, del speaker John Bercow, un personaje que ha fascinado a los europeos pero que en el Parlamento de Westminster se le teme, se le adora o se le odia. No es un bromista.
Mr. Speaker ya no entra cada día en el salón de sesiones ostentando un vestido cortesano del siglo XVII, adornado con peluca y toga para disimular su neutralidad envuelta en un semianonimato. Pero todavía le sigue en la apertura de las sesiones el sargento de armas que porta la maza, símbolo de la autoridad del monarca, que es colocada sobre la mesa que separa la bancada del Gobierno y la de la oposición.
Durante unos años asistía los martes y jueves a las sesiones de control conocidas como las preguntas al primer ministro. Media hora de toma y daca, retórica abundante, ironías y palabrotas. La radio y la televisión no habían entrado todavía en los Comunes lo que permitía comprobar, desde la galería de prensa, lo que un colega inglés me definía como el mejor teatro de Londres. Un diputado dormido, otro que bostezaba, quien leía un libro o un recorte de periódico, o quien salía corriendo, tras la obligada reverencia al speaker, sin saberse el origen ni la finalidad de las prisas.
La televisión ha moderado mucho las conductas con frecuencia indolentes de los diputados. Saben que son vistos y que tienen que hablar en algún momento de su distrito electoral. Se deben a sus votantes y no a sus partidos. Hoy, la teatralidad está más estudiada y es más transparente.
Episodios pintorescos al margen, lo que se vive estos días en Londres es una pugna abierta entre el Gobierno y el Parlamento. Un diputado conservador brexiter que intervino el lunes lo dijo bien claro: “El Parlamento no tiene el derecho de secuestrar al Gobierno”. Pues esta es la batalla que se está librando ahora y que Rafael Ramos ha expuesto varias veces en sus crónicas.
Las excentricidades de Bercow, sin peluca y con una gran desenvoltura a cara abierta, no responden únicamente a sus magistrales ocurrencias histriónicas, cargadas de sentido del humor, sino a una cuestión de fondo que el referéndum del Brexit ha lanzado sobre los sólidos equilibrios de la política británica.
Todos los sistemas electorales tienen puntos defectuosos. El británico es el de representación directa, es decir, que cada distrito electoral envía a Westminster el diputado que más votos ha conseguido. Esto comporta que el elegido tiene que rendir cuentas constantemente a sus representados. Es habitual que los diputados pasen unas horas en algún despacho destartalado de su barrio el fin de semana para recibir a los votantes. Pero esta representación tan directa tiene un grave inconveniente que se refleja en la gran desproporción en Westminster entre el número de diputados de un partido y su porcentaje de votos. Los liberales de la posguerra conseguían con frecuencia más de un quince por ciento de votos en todo el país y obtenían media docena de escaños.
Los británicos han entendido siempre así la democracia representativa. No ha habido ningún gobierno, excepto el de unidad nacional presidido por Churchill durante la guerra, que haya representado una clara mayoría de los votos emitidos.
Las precipitadas aficiones de David Cameron a los referéndums le otorgaron los resultados buscados en el 2014 en Escocia. Pero en junio del 2016 quiso repetir el experimento con el Brexit y lo perdió. Dimitió y se fue a su casa. Theresa May fue su sucesora con el lema de poner en práctica el mandato del referéndum. Negoció con Europa, puso condiciones, quiso una salida blanda pero salida al fin y al cabo. Siguiendo su propia lógica de que la soberanía está en el Parlamento llevó el acuerdo a los Comunes y recibió la mayor derrota parlamentaria de un Gobierno a lo largo de la historia.
El lunes presentó el plan B que no era otra cosa que el plan original lo que equivale a no solicitar un retraso del artículo 50, una prórroga, ni aplazar tampoco la salida prevista para el 29 de marzo. Theresa May ha agudizado el problema con los nacionalistas escoceses, depende de los unionistas de Irlanda del Norte que quieren seguir en Europa pero integrados en Gran Bretaña, su partido está dividido, el laborismo de Jeremy Corbyn está desnortado y la política británica ha perdido aquel punto de racionalidad y pragmatismo que le permitieron navegar victoriosa ante las divisiones y guerras de los países europeos continentales.
Los gobiernos democráticos rinden cuentas a sus respectivos parlamentos. May ha utilizado el referéndum para ponerlo por encima de la representatividad parlamentaria. Perdió por la diferencia histórica de 230 votos. Es más débil políticamente.
Sus decisiones tendrán que volver a Westminster, que las aprobará o rechazará. El parlamentarismo es una garantía para evitar los caprichos o abusos de los gobiernos. Al fin y al cabo, la democracia no es sino la posibilidad de recambios en el poder a través de las urnas.
Publicado en La Vanguardia el 23 de enero de 2019
Sr.Foix: Rafael Ramos es siempre un referente imprescindible de cuanto se cuece en Londres…
Sr. Foix : Pienso que la Democracia es la mejor forma de gobierno, pero con Democrácia ó con Dictadura …el Poder verdadero e invisible, continua siempre, en manos de los codiciosos, corruptos e inhumanos, secundados y apoyados por los tolerantes, también codiciosos humanos, ect. y todos juntos se enriquecen millonariamente en euros y poder, ect…. a costa de los millones y millones de seres humanos empobrecidos por los primeros citados, insaciables ludopatas del juego de la codicia, la corrupción, el poder y la riqueza sin limites y sin ningun sentimiento humano, hacia los desamparados y empobrecidos, ect.
En fin : En nuestra sociedad humana …NO VIVIMOS LA REALIDAD.
Ordeeeeerrrr!
What a bloke! I’ll love him forever