La política no está en crisis como parece que se obstinan en demostrar los políticos que son incapaces de encontrar cauces razonables para dirimir los intereses contrapuestos de sus representados. En febrero del 2010 se produjo un gran alboroto porque el entonces presidente Rodríguez Zapatero acudió a Washington como invitado de honor del tradicional Desayuno Nacional de la Oración con una intervención de unos siete minutos. El entonces presidente habló de que su “plegaria quiere reivindicar el derecho de cada persona en cualquier lugar del mundo a su autonomía moral y su propia búsqueda del bien…”, un discurso correcto conociendo el marco en el que se producía.
Josep Antoni Duran Lleida formaba parte del reducido séquito de invitados que acompañaban al presidente Zapatero. Recuerdo la intervención de Barack Obama, que he encontrado en las crónicas de aquel día. El presidente decía que “los políticos que estamos en Washington no servimos a nuestro país tal como deberíamos y, con frecuencia, parece como si fuéramos incapaces de escucharnos unos a otros para tener de una vez por todas un debate serio y civilizado”.
Han transcurrido casi diez años y la situación sigue igual o peor en la capital estadounidense y en la gran mayoría de las democracias liberales. La historia del parlamentarismo es un continuo desencuentro entre posiciones divergentes que finalmente acaban dirimiéndose por unos votos.
La política es debate, discusión, acuerdos y desacuerdos, dentro de unas reglas no escritas de respeto a los adversarios que defienden ideas distintas. Sin política no puede haber progreso, libertad y convivencia.
Tony Blair estuvo en las Azores junto con George W. Bush y José María Aznar dando el pistoletazo de salida a la guerra de Irak del 2003. Blair ha reconocido que se equivocó y ha pedido disculpas por haber tomado una decisión de tal envergadura sin disponer de la información fiable que la justificara. Su reputación sufrió por haber ido a una guerra que se basó en la mentira. Bush se ha disculpado, pero Aznar todavía no lo ha hecho.
Los políticos no pueden parapetarse en discusiones estériles, en mentiras o en debates que no conducen a ninguna parte. Es el propio Tony Blair el que ha dicho que los ciudadanos observan con más interés y atención la política porque no están obsesionados con ella como les ocurre a los políticos que viven más pendientes de gustar que de gobernar. El exministro Cristóbal Montoro lo decía en una entrevista el viernes desde lo que parecía un retiro complaciente: “Ahora importa ser famoso. La política se está vaciando y parece que sólo hay comunicadores”. La interinidad de la política española de los últimos tiempos tiene bastante que ver con las zancadas ideológicas que han dado muchos políticos dependiendo de los vientos que soplaban, de las encuestas, de las redes sociales y de los calendarios electorales.
Pedro Sánchez se empeñaba en gobernar en solitario con 123 diputados pretendiendo conseguir la investidura bajo la amenaza de convocar nuevamente elecciones. Todos se enrocaron en sus respectivas posiciones y volvemos a estar en campaña electoral. El interés principal de la mayoría de votantes es tener una casa, un salario, cobertura sanitaria, una pensión, escuelas decentes, seguridad personal y libertad.
Esto es la política y no la batalla interminable sobre la distribución de las parcelas de poder de unos hombres y mujeres que no se ocupan de la política, sino que la ocupan en régimen de propiedad. La democracia, citando a Popper, no es para votar a gobiernos, sino para echarlos.
¿Qué sentido tenía la moción de censura presentada por Ciudadanos contra el Govern Torra si era matemáticamente imposible ganarla? ¿Por qué no lo hizo Inés Arrimadas cuando ganó las elecciones? ¿Por qué se utilizó la debilidad de la Generalitat actual para ganar horas de pantalla proyectadas sobre el electorado español para el día 10 de noviembre? Al final, parecía que la moción era contra Miquel Iceta, al que se quería censurar. Cayetana Álvarez de Toledo le afeó en los pasillos su ambigüedad y equidistancia. Quim Torra no abrió la boca en todo el debate.
La política de trincheras no es constructiva si no va acompañada de las contradicciones y los desacuerdos. Para ello, dice el filósofo Habermas, hay que convencer al otro, para lo cual es necesario aceptarlo como segunda persona. El consenso es el objetivo, y la discusión, el camino para alcanzarlo. La impresión es que en muchas democracias se van reduciendo los espacios de intereses compartidos y aumentan los muros de la negación y el odio al otro. El futuro no está en los extremos, que comportan intransigencia y autoritarismo. El futuro bajará por el centro del río y no por las orillas.
Publicado en La Vanguardia el 9 de octubre de 2019
Sr.Foix: al final todo consiste en ganar horas de audiencia y salir en los medios…
«El interés principal de la mayoría de votantes es tener una casa, un salario, cobertura sanitaria, una pensión, escuelas decentes, seguridad personal y libertad.»
No puedo estar más de acuerdo, a todo esto oidos sordos de los políticos más interesados en ganar que en gobernar…..efectivamente…..
….y los ciudadanos y los medios de comunicación no pueden hacer algo, para poner en el buen camino a los politicos? debo ser ingenuo.
Si, ponernos de acuerdo y mandarlos todos a casa!
Yo también soy una ingenua…
Hola Luis,
Escribes en tu articulo lo siguiente: «La política es debate, discusión, acuerdos y desacuerdos, dentro de unas reglas no escritas de respeto a los adversarios que defienden ideas distintas».
En esta frase esta el quid de la cuestion, «reglas no escritas», a eso me refiero.
En ausencia de normas, los comportamientos se regulan por la «etica» y los «valores».
Me cuesta encontrar etica y valores en los comportamientos de muchos servidores publicos…, cuya primera derivada es la ausencia de interes en el rigor y la busqueda de la «verdad»…
De esto se podria escribir un articulo…
Bon dia desde l’Alt Urgell. Salut,
Brunet de Bellmunt