La huida del mundo rural hacia las grandes ciudades en el siglo pasado fue imparable. Y también necesaria si se tiene en cuenta que en los años cincuenta, por ejemplo, casi un 30 por ciento de la población activa se dedicaba a la agricultura. Muchos se fueron porque no tenían tierras suficientes para vivir o porque eran simples jornaleros que trabajaban en condiciones muy precarias y miserables.
Ahora hay muchos menos agricultores, no llegan al dos por ciento de la población activa, pero trabajan con medios mecánicos más cómodos, cultivan más extensiones de tierras y se ganan la vida igual o mejor que un médico, un maestro o cualquiera que resida en la ciudad practicando un oficio.
La crisis del 2008 y la pandemia que todavía perturba a generaciones del mundo entero han despertado una tendencia muy extendida de refugiarse en zonas más tranquilas, en contacto con la naturaleza, sin prisas y sin los agobios de la movilidad para ir y volver del trabajo. Una causa principal de la fuga de la ciudad hacia ámbitos rurales es también el coste de la vida, la proximidad y sobre todo el teletrabajo, que permite hacer lo mismo desde la soledad de una casa aislada en un pequeño pueblo que en la densidad de la gran ciudad.
Rosa M. Bosch describía el domingo en estas páginas la situación de Maldà, un núcleo histórico de la Vall del Corb, en el que varias personas se han instalado en los últimos tiempos y han encontrado una forma diferente de vivir aprovechando sus habilidades profesionales. En algún sitio he dejado escrito que la auténtica aristocracia del futuro se encontrará más cerca de la naturaleza, los árboles, los ciclos de las estaciones, la observación más nítida del universo, que en las aglomeraciones de cemento y las densas concentraciones humanas urbanas.
Trabajar en el campo es uno de los oficios más antiguos y más nobles. También rentables para los que se han modernizado con las revolucionarias nuevas máquinas. Pero en el llamado país vaciado caben muchas más personas que pueden producir lo mismo que en un distrito industrial con el trabajo a distancia.
Rosa M. Bosch señalaba algunos problemas que vive Maldà, el pueblo en el que, por cierto, aprendí las cosas fundamentales que sé de la mano del que fue un gran maestro, Ramon Capell Solsona, un pedagogo vocacional y muy trabajador, exigente con todos los que frecuentábamos aquella escuela pública llegando en bicicleta de los pueblos vecinos. En casi toda la Vall del Corb hay fibra óptica, lo que permite trabajar en internet sin limitaciones de espacio y tiempo.
Estos días de campaña electoral en tierras castellanas y leonesas es frecuente ver a políticos furtivos fotografiándose al lado de vacas paciendo pastorilmente en verdes praderas. No es esto. Lo que hacen esos políticos es turismo electoral, un poco indecente, porque no entran en el fondo del problema.
El título del reportaje de Rosa M. Bosch es “Futuro hipotecado por la falta de vivienda”. El problema no está en el campo, sino en disponer de casas habitables, dignas, con calefacción y conectadas con el mundo a través de las redes. El futuro va por ahí para los que mientras trabajan aprecien las ventajas de ver cómo verdean las viñas, se transforman los olivos o crecen los trigales.
Pero el tema de la vivienda es básico para equilibrar y cuidar el país. Hay casas vacías cuyos propietarios no las venden ni las ponen en alquiler pensando seguramente que pierden su arraigo más profundo con la tierra de sus antepasados. Están en su derecho.
Pero hay una respuesta complementaria a esta escasez de viviendas en muchos pueblos pequeños cuyos planes urbanísticos están sujetos a una inflexibilidad total. Se entiende que tiene que haber normas para que no se cometan los estropicios que se han visto en muchas partes de la Catalunya que roza la costa y en los núcleos especialmente dotados de belleza natural.
Para que se produzca una cierta vuelta a la repoblación de la Catalunya y de la España vaciadas sería interesante estudiar caso por caso, pueblo a pueblo, para autorizar la construcción de nuevas viviendas, muy pocas en un principio, bien dotadas de las comodidades habituales, para crear espacios humanos que se adapten al paisaje histórico de cada rincón del país. La vida no va siempre de arriba abajo, sino que crece también desde lo pequeño hacia lo grande.
Publicado en La Vanguardia el 19 de enero de 2022
Un article molt interessant però certament és molt important de disposar dels serveis necessaris bàsics com entitat bancaria, escola, assistència sanitària, a part de l’habitatge i xarxa. L’ubicacio de poble a escollir segons la meva modesta opinió, requereix de disposar d’un bon transport públic cap al cap de comarca i a la capital.
Antaño era «La comarca nos visita» y ahora son els «quemacos i pixapins» els que van a comarcas. Un ratet.
El Sr. Foix menciona la fibra optica que cubre toda la Vall del Corb, molt be, pero com tenim lo del comerç, la asistencia medica, la xarxa bancaria, las escoles, el transport public…? i la xarxa cultural ens tenim que conformar amb el ball de bastons per la festa major i el aplec por aquel camino verde que va a la ermita?
I ull a la construccio, Catalunya esta plena de urbanitzacions que fan mes pena que gloria.
Sr. Foix, no crec que em tot aquest panorama se li revaloritzi el «troç»
«Hay casas vacías cuyos propietarios no las venden ni las ponen en alquiler pensando seguramente que pierden su arraigo más profundo con la tierra de sus antepasados. Están en su derecho.»
Afegiria a més que en moltes zones com la que descriu està estés aquell concepte del «abans caigut que venut» perquè «vendre fa pobre». Aquesta cultura de la propietat està acabant amb molts nuclis antics d’aquests pobles la majoria d’origen medieval.
Edificis ruinosos i decadència arreu de nuclis històrics de pobles i pobles per culpa d’aquesta concepció. En altres indrets d’Espanya, -com Andalusia- potser per la tipologia de les cases, no es veu tanta decadència com aquí, i és una pena. Caldria potenciar i molt la rehabilitació.
Respecte al que diu dels planejaments urbanístics, cert, falta més flexibilitat. Ara bé, caldria definir-ho molt bé, perquè ja sabem que a tot arreu abunden els espavilats i acaben pervertint les lloables pretensions originals.
En el campo hay casas que necesitan una reforma importante para ser habitadas. En las zonas más pobres de España como Galicia, y en zonas montañosas como la de Lugo, hay tierras de media hectárea que no tienen compradores, y si alguien quiere comprar el valor que se le atribuye es, a veces, a partir de 1000 euros. Es decir, la «cara» de una montaña se podría comprar por, quizás, 150.000 euros. E incluso hay casas que se venderían por cantidades irrisorias; eso si necesitan una reforma profunda. En Galicia no hay fibra en zonas rurales, se está intentando hacerla llegar. Intentar no es hacer.
Otra cuestión es la mecanización del campo. Dentro de no muchos años el campo lo cultivaran robots y máquinas automáticas. No se necesitará una persona in situ. Se podrá controlar desde una casa, y para revisar o vigilar se usarán drones con diferentes funciones. Incluso se podrá obtener información del estado de una planta o animal con tomas de muestra por robots i análisis en laboratorios automáticos. Existe una agricultura quer se denomina de precisión que usa parte de esta aproximación. Es evidente que la persona podrá ver las plantas, los animales, los árboles, por la noche observar la inmensidad del cielo lleno de estrellas, incluso ver el paso de la estación orbital, y reducir la ansiedad de la vida en las ciudades alocadas en que se han convertido muchas de las más importantes. Una manera de cambiar el perfil de una ciudad requiere un cambio radical como el que diseño Cerdà en Barcelona. Pero estamos muy apegados a lo tradicional.
Pero, somos seres humanos sociales. El campo es soledad (mitigada, pero, soledad que te enfrenta a ti mismo o misma), no hay teatros, ni cines, ni bares y restaurantes de todo tipo, ni museos, ni aeropuertos, ni puertos de mar, ni una interacción social cara a cara. Las máquinas se entienden mejor entre ellas que los humanos y las máquinas. El siguiente paso puede ser que el ser humano sea irrelevante, como insinúa Harari en Lecciones para el siglo XXI y en Homo deus.