En estas horas tan dramáticas para Ucrania es frecuente oír las distinciones que se hacen entre Putin y los rusos. Naturalmente que son dos cosas distintas, como cualquier comparación que se establezca entre un gobernante y la historia de su pueblo.
André Malraux modificó una vieja sentencia que decía que cada pueblo o nación tiene el gobierno que se merece por una versión propia que decía que “no es que los pueblos tengan los gobiernos que se merecen, sino que la gente tiene los gobernantes que se le parecen”. El debate sobre generalidades suele ser inútil.
El hecho cierto es que Putin ha desencadenado una guerra injustificada, más allá de sus reivindicaciones imperiales zaristas y soviéticas, que ha abierto una crisis global con el epicentro en el corazón de Europa. Puede ganarla militarmente, pero política y culturalmente ya la ha perdido, aunque un 80 por ciento de los rusos estén a favor de la anexión de un país vecino, soberano, que consideran propio.
La Rusia eterna ha basculado entre europeizarse o replegarse en el autoritarismo. Pedro el Grande se paseó varios meses por Europa para recoger modelos de gobierno y buscar arquitectos y artistas para construir la espléndida ciudad imposible que ha resultado ser San Petersburgo. Más de un siglo después, Catalina la Grande se carteaba con Voltaire y los enciclopedistas franceses con los que llegó a coincidir en muchos puntos de vista hasta comprobar que aquellas ideas revolucionarias habían acabado con los Borbones en Francia.
La guerra es la vertiente autoritaria rusa frente a su aportación al canon cultural de Occidente
Rusia tiene un atractivo irresistible hacia Europa y desde Europa se ha recibido con gran interés el arte y la literatura rusos. La revolución de octubre de 1917 y todas sus derivadas condicionaron la política europea del siglo pasado y sus efectos han perdurado en mayor o menor medida hasta el día de hoy.
Estos días he repasado el espléndido ensayo sobre Tolstói y Dostoyevski de George Steiner en el que hace unas lúcidas consideraciones sobre el lenguaje como fuerza que mueve la historia, los sentimientos y la cultura de las naciones.
Tolstói y Dostoyevski eran radicalmente distintos pero muy grandes y con capacidad de entender las razones del otro. Tolstói, escribe Steiner, es el primer heredero de la tradición épica que abarca un largo recorrido vital desde la Ilíada homérica hasta Guerra y paz. Dostoyevski, uno de los temperamentos dramáticos con una visión trágica del mundo que arranca en Sófocles, sigue con Shakespeare y conduce a Los hermanos Karamázov.
Rusia y Europa se han retroalimentado culturalmente. Pero políticamente se han temido y odiado
Tolstói, la mente embriagada de razón y de hechos. Dostoyevski, el que despreciaba el racionalismo, el gran amante de la paradoja. El primero, el poeta de la tierra y de la escena rural y el segundo, el archiciudadano atormentado que avanza por el laberinto antinatural, por los subsuelos y las ciénagas del alma, siempre al borde de la alucinación y vulnerable a las intrusiones demoniacas en lo que finalmente todo parece haber sido un sueño.
El príncipe Mishkin, en El idiota, tiene tanta sinceridad que finalmente es destruido por quienes no pueden tolerar la transparencia de un personaje que se manifiesta abiertamente sin tener en cuenta los códigos mentales que bullen en la sociedad de San Petersburgo a finales del siglo XIX. Los dos fueron unos incomprendidos en la Rusia de su tiempo. Tolstói se retiró al Cáucaso en 1851 y Dostoyevski abandonó San Petersburgo en la Nochebuena de 1849, escoltado y cargado de cadenas en su terrible viaje hacia Omsk, donde le esperaban los trabajos forzados.
Es la Rusia también de Turguénev, Pushkin, Chéjov, Grossman, Sájarov, Solzhenitsin, Chaikovski, Shostakóvich y tantos otros que forman parte principal del canon de la cultura occidental. Es una Rusia que Trotski y Lenin conocían bien por sus estancias en Europa desde donde impulsaron la revolución bolchevique.
Rusia y Europa se han retroalimentado culturalmente. Pero políticamente se han temido y odiado. Rusia no atacó nunca militarmente a Europa mientras que Napoleón y Hitler lo intentaron sin éxito. Pero ahora es Putin el que ha abierto fuego contra un país fraternal, Ucrania, de cultura europea y fronteras soberanas. Y lo ha hecho destruyendo vidas y ciudades, criminalmente, desplazando a doce millones de ucranianos de su tierra. Aunque gane, lo hará como un dictador.
Publicado en La Vanguardia el 25 de mayo de 2022
Mi comentario es exactamente el mismo, que hice en su artículo del día 20.05.2022, … titulado » El espectro del hambre ….( Cmentario de Albert P ).