Más de cien horas ha hablado Macron por teléfono con Putin desde el mes de diciembre. Las conversaciones prosiguieron después de que el ejército ruso invadiera Ucrania, destruyera ciudades enteras, bombardeara escuelas, hospitales y desplazara a más de diez millones de ucranianos de sus casas y pueblos. El presidente Zelenski ha reconocido que han muerto diez mil ucranianos como consecuencia de la guerra. Hubo una conversación triangular Macron-Putin-Scholz a finales de mayo que se prolongó 80 minutos.
Macron entiende que Putin ha cometido un error histórico y fundamental al invadir Ucrania, pero que no se puede humillar a Rusia. ¿Cabe una humillación mayor que declarar una guerra bombardeando la capital de un país vecino y soberano borrando las fronteras reconocidas por el derecho internacional?
Hay que detener como sea las hostilidades y la muerte, pero si Putin no quiere retirarse de los territorios invadidos y Zelenski se resiste a entregar una quinta parte del país a Rusia, el diálogo es imposible aunque el conflicto acabe eventualmente en una mesa de negociaciones. Quien ha empezado a bombardear y a causar cientos de muertes de civiles no es Ucrania ni la OTAN, sino el poderoso ejército de Rusia. Amnistía Internacional y otras instituciones occidentales hablan de crímenes de guerra. Son hechos, que no intenciones.
Hay dos corrientes estratégicas que han salido a la superficie desde que empezó la guerra el 24 de febrero. Una la expresó Henry Kissinger (99 años) en Davos hace unas semanas sugiriendo que el Gobierno ucraniano debía pensar en una solución diplomática que comportaría concesiones territoriales a Rusia refiriéndose al statu quo previo a la guerra, es decir, ceder definitivamente Crimea y una tercera parte del Donbass. La realpolitik sobre los derechos de los pueblos.
Persona tan acreditada como Javier Solana viene a decir lo mismo. Igual les puede convenir a Macron y también al canciller Scholz, que es la piedra angular de cualquier solución, que detenga la guerra. Draghi, por razones prácticas, estaría en esta línea de pactar sin humillar a Putin.
Esta estrategia no es compartida por Polonia, los tres países bálticos y los que formaron parte del Pacto de Varsovia, con la ambivalente posición de la Hungría de Orbán. Tampoco están tranquilos países históricamente neutrales como Suecia y Finlandia, que han solicitado su ingreso en la Alianza Atlántica. Pedro Sánchez, a pesar de que los ministros podemitas de su Gobierno no han condenado a Putin, está por ahora más con Joe Biden y Boris Johnson y los escandinavos.
Los humillados hasta ahora son los ucranianos y no Putin. Zelenski dice que no habrá conversaciones de paz hasta que Putin no se retire de lo que es territorio de Ucrania, de acuerdo con las leyes internacionales. La línea divisoria es la que separa las libertades democráticas y la realpolitik de quienes no quieren humillar a Putin cediendo en sus ambiciones imperiales, que él mismo ha comparado con las guerras de Pedro I el Grande.
Lo que está en juego es escoger entre la estabilidad y el confort de Europa y la destrucción de Ucrania, sin advertir que Putin tiene otros proyectos de anexiones territoriales. En la reunión de Munich de 1938 se pensó que se había hecho la paz con Hitler sin reparar en que se abrían las puertas de la guerra que devastó Europa. Pienso que no hay que humillar a nadie, pero tampoco ceder ante la política guerrera de Putin, que querrá más tierras.
Publicado en La Vanguardia el 15 de junio de 2022
Ho lamento, però… des del meu respecte a l’autor, discrepo de l’escrit. Tota una llàstima, estem tristament vivint uns temps d’una sola mirada.
Hi ha molt Chamberlain solt…