Es apresurado hacer vaticinios sobre cómo será la gobernabilidad en España de aquí a final de año. Hay muchas incógnitas y, como siempre en política, tantos más imponderables. La gran mayoría de los ciudadanos quiere saber quién será investido presidente del Gobierno y en qué circunstancias y, si no es posible, cuándo serán las próximas elecciones.
Lo demás es retórica y formará parte del tira y afloja de los partidos hasta que haya una mayoría de diputados que voten a favor de un nuevo presidente. Alberto Núñez Feijóo sabe que en un régimen parlamentario no basta con ganar las elecciones si no se consiguen apoyos suficientes en el Parlamento. Por ahora la suma no le alcanza.
La misma regla conoce Pedro Sánchez, que ha empezado a picotear en un mosaico de partidos diversos y distantes para obtener por los pelos la investidura. Los discursos sobre quién ha ganado o quién ha perdido las elecciones se estrellarán contra la aritmética. Ya ha terminado la campaña y ahora hay que hacer política, que descansará sobre los intereses de los pequeños partidos y su deriva ideológica.
Si Sánchez consigue una investidura, tendrá que ser, según sus palabras, traduciendo una mayoría social de progreso en una mayoría parlamentaria. Habrá que ver cómo lo hace. Será a costa de contradicciones y de promesas presupuestarias y entregar al independentismo todo aquello que ponga encima de la mesa.
Ninguno de los dos grandes partidos se ha dado cuenta todavía de que las elecciones no las ha ganado nadie con fuerza suficiente para gobernar por sí mismo. Ha habido un leve refuerzo del bipartidismo con un corrimiento de tierras hacia la derecha convencional y en menos medida también hacia el Partido Socialista. Pero la fotografía de las elecciones muestra una España empatada consigo misma, que, a su vez, es incapaz de responder a los retos planteados históricamente por Catalunya y el País Vasco.
El desempate, desde que Felipe González perdió la mayoría absoluta en 1993, ha venido de unos cuantos votos de Catalunya que son decisivos para asegurar la investidura y la estabilidad. Lo mismo ocurrió en 1996 cuando José María Aznar entregó a Jordi Pujol cuanto le pidió para conseguir llegar a la Moncloa. Los pactos del Majestic fueron el traspaso de competencias con más carga política desde la Constitución de 1978. Incluyeron desde la supresión de los gobernadores civiles hasta el despliegue de los Mossos como policía integral catalana.
La novedad de las elecciones del 23 de julio es que han dado la llave de la gobernabilidad a un partido que quiere irse de España. Carles Puigdemont ha proclamado hace unos días que, como líder de Junts, no quiere saber nada de Pedro Sánchez, al que ha acusado de no cumplir su palabra. Pues el expresident de la Generalitat, instalado en Waterloo desde el 2017 y requerido formalmente por la justicia española por los hechos de octubre de aquel año, es imprescindible para investir a Pedro Sánchez.
La situación es entre cómica y surrealista. Pone de relieve la precariedad del sistema si se observa con la mentalidad de la España única y no como lo que establece el preámbulo de la Constitución al “proteger a todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones”.
No se trata tanto de quién sea el presidente ni siquiera de qué partido es, sino de cómo se gobierna un país con las luces largas puestas y sin actuar con prisas para conseguir como sea el favor de un puñado de escaños.
La ruta inmediata es difícil y compleja, pero no intransitable. Primero hay que acogerse a las reglas de juego establecidas en nuestro sistema parlamentario evitando atajos inconstitucionales. Segundo es la observancia de la división de poderes como elemento básico para la estabilidad política. Tercero, introducir el concepto de capilaridad territorial teniendo en cuenta que España no comienza ni acaba en el gran Madrid y que fuera de sus fronteras reales o imaginarias hay vida inteligente.
El respeto al adversario es imprescindible en estos tiempo inestables. La política democrática tolera todas las discrepancias, pero nunca acepta la fatalidad. La opción de nuevas elecciones es nefasta para el interés de todos, aunque si el precio de la investidura es abusivo habrá que abrir de nuevo las urnas.
Publicado en La Vanguardia el 2 de agosto de 2023
La calidad dels politics esta molt per sota de la mitja de la ciudatania.
Amb aquesta baixa qualitat i amb aquesta falera per el joc curt del partidisme mes egoista no anirem en lloc.
A mes no son fiables i tenen unc curriculums curtets curtets.
Ara tenim al guaperas en funciones al Marroc. Molt oportu despres del episodi de Pegasus amb el seu celular (i el de la seva senyora) i del regal del Sahara al Mohamed. Una flaire extranya(!)
I tenim añ galleg que esta desinflanse per moments rodejat de autentiques mitjanias.
La Yolanda va em las seves fantasies que en un momento dado ens pot fer descarrilar si te que contentar al melting pot de partits i partidets de la coalicio.
No es del meu gust, pero crec que tranquilament aixo pot acabar en una nova convocatoria de eleccions generals, que barrejadetas amb las europees, les autonomiques i alguna coseta mes ens pot donar una temporadeta d´allo de lo mes distret.
Yolanda Diaz ofrece a Junts y ERC hablar en Catalán en el Congreso a cambio de un pacto por la Mesa.
Gracias Sra. Diaz. Sabemos hablar perfectamente en Castellano.
Alguna oferta mas ?
Sobretot, llums llargues. I d’això sembla que ningú en sap. O no en vol saber.