El espectáculo del Metropolitano obligando al árbitro a detener el gran derbi madrileño tiene muchas causas. El Barça y el Madrid erradicaron los grupos ultras de los Boixos Nois y los Ultras Sur respectivamente. Eran un foco de crispación y de insultos inadmisibles. El Atlético de Simeone ha convivido con sus ultras que el domingo por la noche reaccionaron arrojando objetos a Courtois, paradójicamente ex atlético, que se dirigió burlonamente a la afición a sus espaldas nada más marcar el gol del Madrid.
El acercamiento del entrenador y de jugadores del Atlético a la grada de donde salieron los proyectiles contra Courtois era un gesto de impotencia contra los que no deberían ni siquiera estar en un estadio de fútbol. La violencia o el odio hay que cortarlos de raíz.
La pancarta de un aficionado del Barça saludando a Flick con la esvástica es incompatible con el barcelonismo. La atmósfera de esta Liga viene cargada de tensiones que se viven también en el juego duro en muchos estadios. Los pisotones al adversario son demasiado frecuentes.
No es una casualidad que Vinicius recibiera una pitada continuada del Metropolitano. No por razones racistas sino de comportamiento. Y ahí entra la responsabilidad del entrenador y de los clubs. El brasileño, un jugador de gran calidad, no puede ir provocando al personal en cada desplazamiento.
Ancelotti le podría parar los pies sin decir nada. Simplemente, no alineándolo en tres o cuatro partidos. Y decirlo que es por faltar el respeto a árbitros, adversarios y gran público. Luis Enrique ha apartado a Dembélé para el partido del PSG contra el Arsenal esta semana. Por razones disciplinarias. El empeño para erradicar la violencia de los estadios nos concierne a todos.
Publicado en Mundo Deportivo el primero de octubre de 2024