La crisis de la centralidad

La confrontadión de las cúpulas va permeando en el resto de la sociedad que acaba asumiendo como normal la el enfrentamiento puro y duro. Fotografías de Pedro Sánchez y Díaz Ayuso

La idea de que el peligro de la política está en los extremos puede verse alterada por los garrotazos y trifulcas que protagonizan los partidos de la centralidad. Socialistas y populares están enzarzados en una guerra de relatos que les aleja del común de las gentes. La crispación política existe más en las cumbres de los partidos que en el conjunto de la sociedad. Los insultos y los ataques irracionales pueden fomentar el espectáculo, pero generan una desconfianza irreparable.

Las elecciones suelen ganarlas las formaciones que recogen los votos del centro, sin filiación partidista, que inclinan la balanza hacia un gobierno de centroizquierda o centroderecha. Una de las características de la democracia no es solo formar gobiernos sino echarlos, decía Karl Popper. Nadie puede abusar de un poder que es prestado y pasajero.

Shlomo Ben-Ami tiene escrito, hablando de Israel, que una sociedad se condena a la perdición cuando empieza a confundir al rival político con el enemigo mortal. Ya sea por un hiperliderazgo audaz, forzado y resiliente como el de Pedro Sánchez o por una presidencia frágil como la de Alberto Núñez Feijóo, que soporta malamente a una Isabel Díaz Ayuso que, en nombre de la megápolis madrileña, se aparta del guion compartido por el resto de los líderes en las comunidades gobernadas por el PP.

Esta confrontación en las cúpulas va permeando en el resto de la sociedad, que acaba asumiendo como normal un discurso de enfrentamiento y de odio hacia el que piensa diferente o al adversario.

Las sociedades partidas abundan en los países democráticos, desde Estados Unidos hasta España pasando por Francia, Alemania y Reino Unido. Se han levantado demasiados muros emocionales y políticos cargados de intransigencias y cerrazones. Los puentes se han roto y hay que reconstruirlos desde las dos orillas para que todos transiten.

Hay una ley no escrita en la ciencia política, según la cual cuando un partido mantiene la hegemonía y se maneja casi con unanimidad, la oposición nace dentro del propio partido. Hay que buscar el consenso dentro de las controversias. Existen más puntos en común que discrepancias entre la mayoría de los que cohabitan a los dos lados de los muros que ha levantado la política en el seno de las democracias liberales.

Publicado en La Vanguardia el 24 de octubre de 2024

 

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