Los líderes de la Unión Europea van a invitar a Turquía a empezar las negociaciones de ingreso que se completaría en el curso de los próximos quince años. Es un momento histórico de gran envergadura que supone un paso de gigante para la integración del país de procedencia musulmana más grande que se encuentra en las fronteras de Europa.
Si Europa cruza el Bósforo puede ir más allá de la Anatolia y encontrarse en el trance de tener que considerar en el futuro el ingreso de Israel, Siria, Iraq, Jordania, Ucrania… La Europa de raíces y cultura cristianas es un espacio colectivo delimitado por la historia y por una cierta civilización homogénea. El continente que más ha influido en el mundo no tiene fronteras fijas. El general De Gaulle decía que se extendía desde el Atlántico hasta los Urales.
Sabemos cómo se fundó esta realidad llamada hoy Unión Europea. Pero aquellos hombres que pusieron las bases de este gran espacio político y económico no pensaron que un día entrarían países que en aquellos tiempos formaban parte de la Unión Soviética.
El ingreso de los últimos diez estados puede ser discutible desde muchos puntos de vista. Pero nadie puede ignorar la europeidad de Polonia, Chequia y Hungría. Tampoco la de las tres repúblicas bálticas. Con todas sus insuficiencias de carácter estructural forman parte de la familia histórica de Europa.
Con estos parámetros Turquía no es europea a pesar de ser un socio importante de la Alianza Atlántica y a pesar de los esfuerzos históricos desde los tiempos de Kemal Atatürk que hace más de ochenta años se empeñó en convertir a su país en un estado moderno, laico y europeo.
Hace más de cuarenta y cinco años que Turquía pidió un acuerdo con la entonces Comunidad Económica Europea. Siempre se han encontrado impedimentos de fondo y de forma para prolongar indefinidamente sus aspiraciones. Ahora se ha llegado al punto de inflexión que los turcos de todas las tendencias políticas han suspirado.
Cuentan con el apoyo de Gran Bretaña y, muy desde la distancia, de Estados Unidos. Francia y Alemania han expresado sus serias reservas. El ex presidente Giscard d’Estaign ha dicho claramente que la entrada de Turquía, una potencia islámica y asiática, significaría el fin de Europa. Un 75 por ciento de franceses no son partidarios del ingreso y el presidente Chirac ha prometido un referéndum al término de las negociaciones. La líder de la Democracia Cristiana alemana, Angela Merkel, se ha mostrado partidaria de un “trato especial” pero no de plena pertenencia a la UE.
Las negociaciones serán largas y tortuosas. El actual primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, a pesar de su alineación política como partido islámico, ha tomado muchas decisiones para que las exigencias de Europa puedan cumplirse. Antes de que empiecen las negociaciones Turquía deberá llevar a cabo varias reformas importantes.
Deberá eliminar la tortura y la pena de muerte, introducir leyes que pongan fin al derecho de los militares a intervenir en política y aprobar muchas leyes que protejan los derechos humanos. También deberá dar una salida política al pueblo kurdo. Las cuotas de emigrantes turcos a Europa deberán regularse, incluso después del futuro ingreso en la Unión. Cualquier incumplimiento de estos principios será motivo para interrumpir las negociaciones.
La entrada de Turquía puede ser un momento decisivo para la UE en el siglo XXI, de la misma forma que la Conferencia de Yalta configuró la historia de Europa durante más de medio siglo. Europa perderá partes importantes de su identidad cultural, política y religiosa. Pero también fortalecerá sus defensas contra la ofensiva del terrorismo y la cultura islámicas, una forma para desactivar la teoría del choque de civilizaciones.
Cuando Turquía finalmente ingrese en la Unión tendrá más de ochenta millones de habitantes. Este solo dato demográfico tendrá consecuencias lógicas y un tanto inquietantes. El turco será la primera lengua de la Unión y estará a la altura de Alemania en peso político.
El ingreso parece inevitable. Personalmente pienso que habría sido más oportuno ofrecerle un estatuto preferencial como paso imprescindible para conseguir la plena pertenencia. El calendario se podría haber adaptado ya que el tiempo tiene una relativa importancia en un paso de esta simbología histórica.
Cuando se ha preguntado al primer ministro turco si su país estaba buscando un matrimonio de conveniencia o una unión amorosa sincera, Erdogan ha contestado que “quiero un matrimonio católico, el que dura toda la vida”. Curioso.