Resulta que Irlanda es el mejor país del mundo para vivir, donde hay más felicidad, más equilibrio y más progreso. Está por encima de Francia, de Estados Unidos, de Alemania y de Inglaterra. El segundo país en calidad de vida es Suiza, seguida de Noruega, Luxemburgo, Suecia y Australia. España ocupa el décimo lugar.
Medir el bienestar general de un país es tan complejo como arbitrario. Pero es lo que hace anualmente la revista “The Economist” en su publicación de prospectiva “The World in 2005” al situar una serie de parámetros que les conducen a sacar conclusiones más o menos razonables.
Se quedaría estupefacto James Joyce que nos describió la suciedad y la miseria de los irlandeses en su espléndida novela los “Dublineses”. Quien haya tenido ocasión de transitar hace unos años por las calles de la capital irlandesa recordará el espectáculo de borracheras casi colectivas desafiando el clima de madrugada en O’Donnell Street. Los “pubs” repletos de gentes en estado etílico, la pobreza generalizada y las librerías de viejo en las orillas del río ofreciendo libros de la convulsa historia de Irlanda.
En los “pubs” ya no se fuma y está prohibido beber en las calles. Está previsto que el año próximo se introduzca un impuesto para los consumidores de “chiclés” y se pretende prohibir la comida rápida servida en paquetes.
“The Economist” ha hecho una encuesta global teniendo en cuenta los ingresos per cápita, la salud, libertad, empleo, vida familiar, clima, estabilidad política, vida comunitaria e igualdad de género. Irlanda es la primera en el mundo al combinar los ingresos, la estabilidad familiar y la vida comunitaria.
Algo tiene que ver su pertenencia a la Unión Europea y el haber encauzado el problema del Ulster con la colaboración de la Inglaterra de Blair para detener el terrorismo del IRA. El hecho es que todas aquellas estatuas de patriotas exaltados que jalonan muchas plazas y calles de Dublín tendrán que calmarse un poco.
Irlanda no necesita una revolución como presagiaban Marx y Engels en sus cartas cruzadas. La revolución ya se ha producido de la mano de gentes que parecen gozar de la vida. El mismo Cromwell que consideraba a los irlandeses bestias salvajes que debían ser exterminadas no se lo creería. Si no fuera por los vientos atlánticos que soplan en toda la isla casi siempre no me importaría irme a vivir a Dublín.