No tiene precedentes un debate como el que se celebró en el Congreso de los Diputados. El “lehendakari” vasco sometió su plan a debate sabiendo de antemano que no sería aprobado. Se produjo la escenificación de un conflicto de fondo entre el nacionalismo vasco y las dos fuerzas mayoritarias, la izquierda y la derecha, en el parlamento español. Es inédito que un presidente de una comunidad autónoma defienda un proyecto con el propósito de situar en el mismo nivel la autoridad del parlamento español y la de la cámara vasca.
Ibarretxe trató a España de tú a tú. Invocó su derecho a decidir y planteó la obligación de pactar. Si no es así, si las negociaciones no son posibles, si unos y otros cierran la puerta al diálogo, los vascos no van a seguir lo que digan el presidente Zapatero o el dirigente popular Mariano Rajoy y en algún momento el plan será sometido a referéndum a los vascos. El camino, dijo, no tiene vuelta atrás. O se toma lo que pretende Ibarretxe o se deja.
El momento es muy delicado. De cómo se resuelva esta crisis planteada unilateralmente por el parlamento vasco dependerá la estabilidad política de los próximos años, los estatutos que están redactándose, la posible reforma de la Constitución y la convivencia entre los españoles. Ibarretxe insistió en que su propuesta es solidaria, legal y legítima. No es una jugada de ajedrez sino de póquer. Es un órdago que el lehendakari y el parlamento vasco han echado a las instituciones del estado.
La sesión ha estado presidida por una tensa tranquilidad salpicada por aplausos varios según las mayorías de cada ponente. He seguido con atención todo el debate hasta las ocho de la tarde. La verdad es que me quedaría con amplios pasajes de todos los parlamentos pronunciados. De todos. También de los que ha esbozado Ibarretxe.
Pero en un debate de esta envergadura no se puede tomar la parte por el todo. Si se trata de enfrentar lo vasco con lo español, si Ibarretxe pretende establecer unas relaciones bilaterales, de parlamento vasco a parlamento español, de igual a igual, no creo que se pueda llegar muy lejos.
El presidente Zapatero estuvo rotundo pero cauto y abierto. El gobierno no acepta el plan Ibarretxe pero introdujo una voluntad de diálogo para abrir un nuevo periodo en las relaciones del estado con las autonomías. Si vivimos juntos, juntos debemos decidir, dijo el presidente Zapatero. Mariano Rajoy estuvo mucho más contundente, defendió la legalidad vigente y manifestó su firme decisión de no poner en peligro la unidad de España. Tanto el presidente como el líder de la oposición representaron los puntos de vista de sus respectivos electorados que en muchos puntos coinciden.
Fue muy oportuna la cita del poeta Espriu que hizo el representante de CiU, Duran Lleida. La verdad, decía el poema, es como un espejo roto. Y cada uno de nosotros tiene un trozo de esta realidad. Todos los parlamentarios tenían parte de la realidad. Pero si no hay un propósito de juntar los pedazos de esta verdad, difícilmente se alcanzará un pacto.
El debate fue muy rico en contenido y en matices. Ha sido un acierto el que se celebrara aunque fuera para decirle al lehendakari que su propuesta no es viable. Pienso que no es aceptable porque no representa la voluntad de la gran mayoría de vascos, porque no se atiende a las reglas de la Constitución y porque contiene un tono amenazante.
Este debate, en cualquier caso, abre un nuevo periodo en la realidad política española que comportará reformas de fondo en las instituciones del estado y en las autonómicas. El trayecto será largo porque, digan lo que digan los defensores de la unidad nacional, España es una realidad inacabada y no por ello menos sólida. Se trata de ir hacia delante sin que nadie pretenda acabar con España, ya sea desde el centro o desde la periferia. Queramos o no, nos guste o no, España es una realidad plural y diversa.