La democracia parlamentaria es la fórmula generalizada de los sistemas políticos europeos de hoy. Los gobiernos obtienen su mandato de una mayoría en el Parlamento y son responsables ante la cámara. En las democracias multipartidistas, la designación de un gobierno es el fruto de un complicado proceso de pactos entre los partidos representados en el Parlamento. La vida de un gobierno puede truncarse cuando la mayoría parlamentaria quiera.
No hacía falta recurrir a estas reglas constitucionalistas porque es un concepto compartido por todos. En Catalunya, el gobierno Maragall responde a la voluntad explícita de las fuerzas que mayoritariamente le dan apoyo para gobernar. Tenemos un gobierno de coalición de tres partidos que tienen distintas sensibilidades, programas diferentes y ambiciones distintas.
La cultura de coalición es incómoda para los gobernantes pero es la que la sociedad en su conjunto ha querido. La política consiste en administrar la compleja voluntad general de los electores. Administrarla que no instrumentalizarla.
Pero una cosa es que en el gobierno tripartito haya visiones distintas sobre muchas cuestiones y otra muy diferente es que en temas importantes no exista un criterio y una estrategia comunes. Si llega este caso, el gobierno no es el centro de la fuerza de gravedad sino un estado anárquico fruto de la voluntad antojadiza de cada uno de los partidos que están en el gobierno. Esta situación desanima e inquieta a todos y muy especialmente a los que votaron por cualquiera de las tres patas del tripartito.
Todavía no me he repuesto de la sorpresa tras recibir en mi domicilio una propaganda electoral en la que varios consellers del gobierno invitaban a votar no a la Constitución europea mientras que el president de la Generalitat propugnaba el sí. Me decepcionó la intervención del conseller Saura en la noche electoral mezclando conceptos sobre la guerra de Iraq y los resultados del referéndum.
Estoy igualmente sorprendido de que en la crisis del Carmel parece que la única responsabilidad sea de la rama socialista del gobierno. Varios consellers republicanos abrieron muy tardíamente la boca y otros han mirado hacia otra parte como si no fuera con ellos.
Señores del tripartito, no están en el gobierno para obtener rédito electoral sino para gobernar y resolver los problemas de los ciudadanos. Si no les interesa, lo tienen muy fácil. Dicen “adéu” y se busca una alternativa prevista en el Estatut. No pueden ser gobierno y oposición al mismo tiempo. Es un desconcertante desorden.