Ahora que parece que la crisis está bajo control, que se han pedido disculpas, que se han retirado querellas y mociones de censura, ahora que las gigantescas olas se han amansado en este siempre tranquilo estanque dorado catalán, ahora nos podríamos mirar al espejo para reconocernos cómo hemos quedado después de tres semanas de gran teatralidad política y mediática.
No hemos asistido a uno de los dramas de Shakespeare en los que suelen desfilar héroes y villanos, traidores y valientes, siempre con el propósito de poner de relieve las grandezas y miserias de la naturaleza humana. Hemos asistido más bien a una comedia divertida de Arniches o a uno de esos guiones ocurrentes de Woody Allen que tanta acogida tiene en el público catalán.
Nadie ha negado el contenido de las enigmáticas palabras pronunciadas fuera de guión por el president Maragall en un pleno parlamentario. Ni siquiera en su turno de disculpas a los ciudadanos de Catalunya las ha retirado la máxima autoridad del país. El dichoso tres por ciento se ha convertido en una metáfora sobre la que se han construido nuevas metáforas hasta el punto que lo que queda es la variante lírica del president que quiso desactivar la crisis recurriendo a alegorías más o menos afortunadas.
Sería hora de mirarnos al espejo para ver reflejadas nuestras grandezas y muy en particular nuestras miserias después de tres semanas en las que los principales actores han representado espontáneamente sus papeles. Las personas y las sociedades nos pasamos la vida sin mirarnos al espejo. A veces por que no nos interesa vernos cómo somos y a veces porque sabemos que la imagen que reflejamos no la aceptamos.
Si nos miramos al espejo veremos algo que debíamos saber de antemano. Vemos que somos un país normal, que hay gentes para todo, que hay corrupción y también hay actitudes generosas y desinteresadas, que hay posiciones valientes y timoratas. Esta normalidad como país puede ser muy útil a la hora de afrontar el futuro que como en todas las partes del mundo es algo que hay que inventar desde el presente.
Veremos también el aspecto cómico de lanzar acusaciones sin probarlas, retirarlas genéricamente por lo que pueda pasar, veremos querellas que se abandonan por un simple gesto de disculpas, mociones de censura que no se votan para poder presentar otra cuando haya más información, proclamaciones de manos limpias y transparencia pero no cuando se puede perjudicar a un gobierno del que se forma parte.
Mirándonos al espejo veremos también que el prestigio y una cierta autoridad moral que pensábamos que nadie ponía en entredicho, se ha venido abajo por un espectáculo en el que muy pocos han estado a la altura de las circunstancias.Ha sido una crisis protagonizada por los políticos sobre las espaldas de unos ciudadanos perjudicados por la obra pública iniciada por el anterior gobierno y continuada por el actual tripartito.
Si algo nos puede conducir hacia el optimismo es partir de la hipótesis de que somos un país normal, ni mejor ni peor que los demás. que hemos vivido una fuerte crisis política y que nos disponemos a superarla con los instrumentos democráticos de que disponemos. De momento hay en marcha una comisión de investigación y una decisión de la Fiscalía para buscar posibles indicios de delito.
La vida política no puede quedar interrumpida. Los que han protagonizado esta crisis deben sacar sus consecuencias y a los ciudadanos nos queda la confianza de que al final se conocerá una aproximación al porcentaje que parece que sí que existe a tenor de las airadas reacciones que ha suscitado.