A los dos años de haber comenzado la invasión de Iraq el balance se puede hacer desde muchas ópticas. Se ha derrocado a un dictador, se han celebrado elecciones, hay un gobierno que intenta reconstruir el país bajo la presencia de decenas de miles de soldados extranjeros, y el presidente Bush y el primer ministro Tony Blair afirman haber adoptado la decisión adecuada.
Incluso se detecta una cierta primavera árabe con elecciones locales en Arabia Saudí, con promesas de liberalización política en Egipto, con una nueva relación esperanzadora entre Israel y los palestinos y con la retirada de las tropas sirias de Líbano. La democratización de regímenes y monarquías autoritarias y corruptas en la región puede haber empezado.
Ésta es la visión optimista de los que iniciaron la guerra que ciertamente ha sido un hecho político y militar que ha tenido ya muchas consecuencias en la región y en todo el mundo.La primera constatación es que Estados Unidos es una gran potencia militar que puede actuar al margen del derecho internacional cuando sus intereses o su estrategia así lo consideren.
Pero ese dominó democrático que puede observarse en Oriente Medio no está directamente relacionado con la invasión de Iraq. La nueva tregua entre palestinos e israelíes se debe principalmente a la desaparición de Arafat como actor determinante que frenó los anteriores procesos de paz.
La retirada de los soldados sirios de Líbano es consecuencia del asesinato de un ex primer ministro libanés que fue interpretado como una acción encubierta de las fuerzas sirias.Las tímidas ofertas de liberalización en Egipto y Arabia Saudí cabe interpretarlas como medidas cautelares de la monarquía saudí y el presidente Mubarak para acallar a una oposición que se alinea más con los iraquíes que no están de acuerdo con la presencia militar norteamericana en Iraq que con un deseo genuino de democratizar a sus respectivas sociedades.
Los que nos opusimos a la guerra seguimos esgrimiendo los mismos argumentos que cuando se empezó. Se construyó sobre mentiras que no se han traducido en verdades a pesar de los gestos democratizadores que llevaron a más de un sesenta por ciento de los iraquíes a votar.
Con la preocupación de la Administración Bush de defender la vida en cualquiera de sus estados, pesan varias decenas de miles de civiles iraquíes muertos y con unos mil quinientos soldados norteamericanos víctimas en acciones de combate. La teoría de que para alcanzar un bien hay que perpetrar algún mal no se aviene con el goteo diario de muertes por parte de la resistencia o de los terroristas iraquíes que continúan la guerra a pesar de las elecciones y de la presencia masiva de tropas extranjeras.
Para muchos árabes de la región la ocupación de Iraq no puede desvincularse de las imágenes de torturas en la prisión de Abu Ghraib. Estos abusos fueron perpetrados por soldados norteamericanos pero la decisión de cómo tratar a los prisioneros venía de muy arriba. Era consecuencia de una política que arrancó el 11 de septiembre del 2001 cuando la presidencia Bush consideró que se podía combatir el terrorismo al margen de las convenciones de Ginebra e incluso de la propia Constitución norteamericana.
Es cierto que Estados Unidos tiene por primera vez en la historia una presencia militar en Asia Central y en Oriente Medio para controlar los procesos de cambio y también para asegurarse la energía que viene de aquellas tierras. Pero también es cierto que la responsabilidad de cuanto ocurra en la región es básicamente de Washington. Sin el concurso internacional no llegarán muy lejos. Se pueden estrellar y estrellarnos a todos en el camino.