He pasado dos días pegado a la televisión, leyendo periódicos y sintonizando radios. De aquí y de todo el mundo. La cobertura sobre la muerte de Juan Pablo II no creo que tenga precedentes. Hemos visto multitudes, gestos mágicos, pobres y ricos, creyentes o agnósticos, líderes mundiales y jefes de todas las religiones desfilando en esta película de la historia de un hombre que vino de lejos y llegó aún más lejos.
El Papa ha suscitado admiración y respeto después de más de un cuarto de siglo de pontificado que ha tenido mucho de peregrinaje por tierras y pueblos de todos los rincones del planeta. Ha buscado a Dios y lo ha predicado a los hombres.
Al margen de que su mensaje no haya sido asumido por muchos, sí que ha sido escuchado por todos.
Su huella en nuestro tiempo la juzgará la historia cuando las emociones y vivencias de estos días se hayan difuminado.