Las imágenes del ex dictador Saddam Hussein en calzoncillos han dado la vuelta al mundo. El dictador iraquí fue capturado por las tropas norteamericanas y se encuentra pendiente del juicio que están instruyendo las improvisadas autoridades judiciales iraquíes.
No seré yo quien defienda a un personaje que ordenó la muerte de miles de personas y que protagonizó varias guerras con sus vecinos. Pero la dignidad de los presos, aún de los más abominables, no se puede vulnerar por muchos que sean sus crímenes.
Hemos conocido las impresentables fotografías de presos iraquíes siendo torturados por tropas norteamericanas en la prisión de Abu Ghraib. Sabemos de la vulneración de los derechos de presos afganos i paquistaníes en la cárcel de Guantánamo, en la isla de Cuba.
Es inquietante que un país que pretende expandir la libertad y la democracia en el mundo caiga en estos abusos. No es sorprendente que el sentimiento antiamericano y antioccidental vaya creciendo en un mundo árabe que contempla cómo la fuerza sea la única arma para conseguir esos nobles objetivos.
La difusión de las fotografías de Saddam en calzoncillos vulneran las Convenciones de Ginebra sobre prisioneros de guerra. Pero sobre todo afectan la credibilidad de quienes han enviado decenas de miles de soldados a Iraq para que sea liberado.
Muy mal.