Soy partidario de explorar todas las vías posibles para que termine la violencia terrorista de ETA. Cada gobierno lo ha intentado y ninguno lo ha conseguido. Zapatero se lo propone de nuevo.
Hay dos condiciones necesarias para empezar a hablar. La primera es que exista un compromiso formal de abandono de la violencia. La bomba que ha estallado hoy en Madrid hace saltar por los aires cualquier progreso inmediato de la iniciativa Zapatero.
La segunda es que ETA no puede imponer el calendario y mucho menos el orden del día. Me producen hastío las diatribas de Otegi hablando de paz, de fin del conflicto armado, de presos políticos, de Euskalerria y de normalización política. Me disgusta que Otegi se adueñe del sentido de las palabras. Porque cuando uno da el sentido que quiere a las palabras ha ganado parte de la batalla.
Cuando le preguntaron a Confucio hace más de dos mil años qué haría si fuera emperador de la China respondió que publicaría un diccionario en el que cada palabra tuviera su sentido.
Se puede negociar todo lo que sea necesario. Pero el asesinato es un asesinato y los autores son delincuentes convictos. No son presos políticos ni mucho menos estamos ante un conflicto armado.
No puedo olvidar a tantos cientos de víctimas del terrorismo. Tampoco puedo traicionar la memoria de mi amigo Ernest Lluch que cayó asesinado en el garaje de su casa, unas horas después que le acompañara en coche a su domicilio.