En pocos días hemos pasado de tener un euro fuerte que era un refugio seguro para la rentabilidad de los capitales globales a una situación en la que la moneda única de la Unión ha pasado ser una divisa con un futuro incierto.La prensa anglosajona ya escenifica la debilidad del proyecto más emblemático y más ambicioso que la Europa de los noventa puso en marcha en el Tratado de Maastricht.
Los titulares marcan la tendencia que va desde considerar al euro como un enfermo incurable hasta vaticinar que la moneda única sea enterrada antes de cumplir su sexto aniversario. El no de Francia y Holanda a la Constitución ha sido un pretexto puesto en bandeja para sembrar dudas sobre la viabilidad del euro. Las intervenciones de dos ministros del gobierno Berlusconi insinuando la reimplantación de la lira en Italia favorecen esta sensación de pánico provocado por la crisis del no a la Constitución.
Tony Blair, el gran triunfador de los descalabros continentales de los últimos días, se va a ahorrar el engorro que suponía un referéndum británico sobre la Constitución y, como Inglaterra está fuera de la zona euro, tampoco tendrá que batallar para su ingreso.
El euro es una realidad aceptada por millones de ciudadanos que nos encontramos en su área. Los estados han cedido competencias importantes y los bancos centrales han entregado la política financiera al Banco Central Europeo con sede en Frankfurt.
La hipotética debilidad de la divisa europea no se encuentra en las andanadas que pueda recibir desde el dólar o desde las monedas europeas que no están dentro del sistema. La debilidad, en todo caso, está dentro y son los ciudadanos los que tienen que aceptarla al margen de que puedan pasearse por Europa sin acudir a una oficina de cambio.
El problema está en que buena parte de los que votaron no en Francia y Holanda lo hicieron también por una evidente pérdida de poder adquisitivo de las gentes desde que pagan y cobran en euros.
Dos amenazas se ciernen sobre la divisa. La primera es que los grandes países no se han atrevido o no han podido llevar a cabo las reformas estructurales necesarias para ser más competitivos. La segunda es que el euro difícilmente podrá sobrevivir si no está impulsado por un proyecto político compartido.
No deja de ser paradójico que para preservar la Europa social muchos holandeses y franceses votaron no sin darse cuenta de que un frenazo a la Constitución era también un golpe a los logros sociales conseguidos hasta ahora.