El que esté afectado por una visión historicista sobre la realidad política y social española no puede dormir tranquilo al contemplar cómo asoman las dos Españas cabalgando alegremente hacia una confrontación. La política en estos días se ha trasladado a la calle. Tres manifestaciones en tres fines de semana consecutivos han reunido a cientos de miles de ciudadanos en Madrid y Salamanca.
La lucha contra el terrorismo, los papeles de la guerra civil y los matrimonios entre personas del mismo sexo han enfrentado a multitudes contra la política del gobierno en cuestiones que no guardan relación entre sí. El nexo entre todas estas protestas es un rechazo a la política del gobierno que no se expresa en las instituciones democráticas sino a golpe de manifestaciones que son legítimas pero que de alguna manera pasan del discurso y de la acción política del gobierno.
El presidente Zapatero no puede estar satisfecho con multitudes enarbolando pancartas en su contra cada fin de semana. Tiene una mayoría suficiente en el Congreso y sus decisiones son del todo legítimas y democráticas. Pero debe reflexionar por qué tanta gente se lanza a la calle por causas tan diversas y procediendo de puntos tan dispares del territorio.
Quizás porque ha tocado puntos que muchos ciudadanos no quieren aceptar y que manifiestan su rechazo sabiendo que su voz no puede ser canalizada a través de las instituciones y que no quieren esperar a la próxima cita en las urnas para expresar su malestar.
La democracia no es otra cosa que arbitrar los intereses contrapuestos de los ciudadanos sin recurrir a imposiciones que puedan ser rechazadas por amplios sectores de la sociedad aunque disponga de una mayoría suficiente para exigirlas. Cuando menos tiene que encontrar tiempo para escuchar y dedicarle tanta atención como la que dispensó a Carlinhos Brown mientras cientos de miles de personas pisaban el asfalto madrileño en una calurosa tarde de junio.
Pero quienes de repente se han dedicado a ocupar las calles afirmando que las manifestaciones no son patrimonio de la izquierda han de saber que estas actitudes no contribuyen a la convivencia y abren una espiral de incertidumbre sobre la forma de resolver los conflictos entre el gobierno y las gentes. Si el objetivo es neutralizar medidas que se puedan considerar inaceptables el camino no es el de las manifestaciones, la inoportuna presencia de obispos en la calle y un Partido Popular que se suma al griterío ambiental pensando que consigue réditos políticos.
La alternancia no está en la calle sino en la inteligencia y en el sentido común. Está en el centro de gravedad de la sociedad que no entrega sus votos a los extremos. El PP llegó al poder en 1996 porque prometía una visión centrada de la vida española. Revalidó una mayoría absoluta cuatro años después porque existía la percepción de que iban por el centro de la calzada. Se la quitó hace poco más de un año porque un segmento cuantitativamente importante de votantes pensó que Aznar les había conducido a un extremo.
Cada cual puede tener motivos de preocupación. Pero sería irresponsable echar por la borda cuanto se ha conseguido en España por la intransigencia de unos y de otros. Estamos en la Unión Europea y la economía española está conducida por un ministro experto y responsable. Los datos objetivos que maneja Pedro Solbes son mucho más optimistas que los de Francia, Alemania e Italia. Que dure porque es la mejor vacuna para neutralizar el posible choque de trenes entre dos Españas que circulan en sentido opuesto por la misma vía. Hay que evitar el choque.
Esta posición comporta no pocas incomprensiones. Unos me tratan de tibio y otros de pre moderno.