Empieza la persecución y posible captura de los autores de la tercera tragedia en una ciudad occidental perpetrada por la red de terrorismo islámico.
Londres conoció el brutal zarpazo del terrorismo inspirado en la organización confusa y difusa de Al Qaeda. Es posible que los autores de la matanza en el metro londinense lleven tiempo viviendo en Inglaterra. Incluso no es descartable que tengan nacionalidad británica.
Los terroristas que atacaron en Nueva York , Washington y Madrid vivían en Estados Unidos y en España. Utilizaban las tarjetas de crédito, trabajaban en pequeñas o grandes empresas del país, se adiestraban en el territorio y conocían a la perfección cómo llevar a cabo una matanza indiscriminada. Es más que probable que en Londres haya ocurrido lo mismo.
Son gentes que no responden a la reglas cívicas de derechos y deberes que todos procuramos asumir. Tienen una obediencia secreta a una red que se inspira en el terror y que tiene terminales imperceptibles en todo el mundo.
Para combatirlos y desarticularlos no es suficiente disponer de ejércitos, de flotas y de una poderosa aviación. Había que buscarlos y dispersarlos en Afganistán. El régimen de los talibanes, laboratorio de creación de terroristas bajo las órdenes de Bin Laden, fue dispersado y destruido.
Pero Bin Laden campa por sus respetos no se sabe donde y alguien sigue dando instrucciones para atacar coordinadamente dónde, cuándo y cómo decidan.
A este fenómeno globalizado del terror hay que añadir una pequeña bomba atómica que los occidentales no tenemos. Los terroristas de esta macabra red disponen de muchos voluntarios para inmolarse en nombre de una causa que les asegura la felicidad eterna.
Es difícil desarticular y destruir esta red de terror. La experiencia de la guerra de Iraq ha aumentado la vulnerabilidad de nuestras sociedades. No es el camino.
Hay que recuperar lo que el ensayista Joseph Nye ha bautizado como el «poder blando» por encima del «poder duro». Hace falta más inteligencia, más conocimiento de sus estructuras, nuevas técnicas para descubrirlos.
Hay que conocer con más precisión cuál es el alcance e implantación de tantas personas dispuestas a destruir nuestras tradiciones y nuestros valores. Y cuando se disponga de esta información actuar implacablemente con toda la fuerza a nuestro alcance.
Son momentos de serenidad pero también de gran determinación para acabar con esta amenaza tan brutal a nuestros derechos, a nuestra cultura y a nuestra convivencia.