Al Qaeda ataca en Londres y mata a ciudadanos que acuden a trabajar un jueves por la mañana. Pero Al Qaeda también siembra la muerte en Iraq a diario dando muerte a muchos musulmanes que colaboran con el régimen o que transitan simplemente por las calles.
En los dos casos son suicidas los que escogen morir de esta trágica forma. Matan a occidentales pero también a musulmanes. Son bombas ambulantes que pueden hacer saltar por los aires vagones de metro, autobuses o lugares concurridos. Saben que matan pero saben que mueren. Y que su sacrificio responde a una extraña causa que puede tener un premio aquí y también allá, en el paraíso.
No son de nuestra cultura. Pero viven entre nosotros. Respetan aparentemente nuestras leyes pero obedecen a otras leyes que se dictan no sabemos dónde. Actúan horizontalmente respondiendo a una campaña que se difunde por la red.
Son ilocalizables. El hecho de que sean una minoría muy minoritaria entre los millones de musulmanes que viven en Europa no evita que sean una amenaza para todos.
Hasta ahora Occidente está dando palos de ciego. No sabe donde está el enemigo. Se envían decenas de miles de soldados a Iraq y el problema lo tenemos en las calles de Leeds o de Tarragona. Se lucha contra el terrorismo en Iraq, donde no había terrorismo, y se fomenta el reclutamiento de suicidas en todo el universo islámico.
Esta guerra santa es muy anterior a la guerra de Iraq. Pero la guerra planteada sobre una gran mentira está dando razones para aumentar el odio hacia Occidente.