Alemania amaneció el lunes con un nuevo Bundestag pero sin un gobierno claro y definido. El canciller Kohl acabó con la saga de grandes líderes alemanes, democristianos y socialdemócratas, que convirtieron a un país destruido por la guerra en la primera potencia europea y la tercera economía mundial. Una de las ironías de la historia es que Alemania ha salido fortalecida en Europa de todas las guerras que perdió en el siglo pasado.
Helmut Kohl ha sido el último líder con el carisma necesario para desarrollar una política clara al estilo de Adenauer en los años sesenta, Brandt en los setenta y Schmidt en los ochenta. Su reto de unificar Alemania a pesar de los costes económicos y sociales convirtieron a una nación dividida en el gigante de Europa con los pies de barro de su propio éxito.
Es un tópico que Alemania tiene los estudiantes más viejos, los pensionistas más jóvenes y los trabajadores más caros. El problema es cuánto tiempo puede soportar la sociedad alemana este generoso estado del bienestar sin comprometer seriamente su futuro. Es lo que hizo el canciller Schröder al propiciar unas reformas que son necesarias, incluso desde un planteamiento socialdemócrata.
Reformar la economía más poderosa de Europa y hacerla más competitiva no es fácil. El canciller fue elegido en 1998 con la promesa de reducir los tres millones y medio de parados. Hoy la cifra del desempleo asciende a más del once por ciento y supera los cinco millones. El crecimiento de la economía alemana en los últimos años es el más bajo de la Unión Europea. Schröder comprendió la necesidad de las reformas pero las empezó tarde y de forma incompleta.En parte debido a la oposición dentro de su propio partido que le ha abandonado y se ha presentado a las elecciones de la mano de Oskar Lafontaine y los comunistas consiguiendo más de cincuenta escaños. Y en parte también por la presión de la economía globalizada que no entiende de fronteras, nacionalismos, derecha o izquierda, norte o sur.
Para encauzar la deteriorada economía alemana, Angela Merkel ofreció las recetas neoliberales más académicas pensando en las tesis que llevaron al poder a Margaret Thatcher en 1979 en Gran Bretaña. No tanto por ser también la primera mujer que llegaba a la cancillería en Berlín sino por una liberalización radical de la economía de la mano de Paul Kirchhof que llegó a proponer una tarifa plana, igual para todos, del impuesto sobre la renta. Las tesis de Merkel eran incluso demasiado radicales para los propios votantes democracristianos.
Los alemanes tuvieron miedo y no le han querido dar un mandato claro. Ha ganado pero no puede formar gobierno abriendo un periodo de incertidumbre sobre el futuro inmediato. Los alemanes no han querido desmantelar el estado del bienestar pero tampoco han otorgado la confianza a Schröder para que lo mantenga aunque sea debidamente reformado.
Europa necesita el liderazgo de Alemania pero los alemanes no han querido designar a una figura indiscutible. Los alemanes prefieren en su conjunto una gran coalición como la que en 1966 permitió la entrada de los socialdemócratas por primera vez en la historia de la Alemania moderna.
Pero los partidos rechazan la gran coalición y muy especialmente Merkel y Schröder que intentan construir coaliciones rivales con partidos minoritarios. En el fondo, el gran tema de estas elecciones es el papel del Estado en un mundo en el que la economía globalizada y liberal está ganando, hoy por hoy, la partida. Los alemanes se han pronunciado por menos Estado pero no han dado su visto bueno a que todo lo regule el mercado. Es la gran cuestión que planea sobre toda Europa.