La temperatura política de una sociedad democrática no se mide por las propuestas de sus gobernantes sino por la satisfacción de los gobernados cuando aprueban mayoritariamente las decisiones del ámbito público que les afectan. Un sistema libre está en permanente crisis, muy al contrario de una tiranía que niega y ahoga los problemas con medidas arbitrarias y despóticas que caen sobre las espaldas de los ciudadanos indefensos.
La democracia tiene siempre una bala en la recámara que consiste en esperar a las próximas elecciones para pasar factura a quienes han hecho un mal uso de las facultades delegadas en las urnas.
Nadie es imprescindible y siempre hay nuevas personas con nuevas ideas y nuevos proyectos para restablecer la necesaria confianza entre los políticos y los ciudadanos. La crisis que vivimos en esta última milla de la aprobación del Estatut nos afecta muy directamente a los catalanes. Pero también hay crisis en España con la articulación de un modelo territorial que no es compartido por aproximadamente la mitad de los ciudadanos españoles que viven o que vivimos instalados en la permanente dualidad de las dos maneras de entender la gobernabilidad de un país tan complejo.
Y hay crisis en Alemania que ha quedado instalada en la confusión, incapaz de designar un canciller que pueda reconducir las necesarias reformas para levantar a la tercera economía mundial y la primera de Europa. La crisis constitucional la tiene también la Unión Europea que no dispondrá de un marco constitucional adecuado en los próximos años.
La primera potencia mundial está en crisis con una guerra de Iraq que tiene una salida incierta, con el añadido de una caótica gestión de los efectos del huracán Katrina que ha puesto de relieve que el adelgazamiento del Estado puede llevar a la indefensión de los más desprotegidos.
Lo recuerda Rafael Jorba en su libro sobre catalanismo o nacionalismo al afirmar que la política democrática no representa ni la negación del conflicto ni la superación de la naturaelza humana sino su aceptación. Se mueve a medio camino entre el pesimismo de Hobbes y el optimismo de Rousseau.
Afortunadamente las crisis se superan siempre desde la libertad aunque lógicamente alguien tiene que pagar el precio de los platos que rompió. Se han roto muchos platos en el romántico proceso de la elaboración del nuevo Estatut de Catalunya. Saldremos de esta crisis pero las urnas, cuando sea, pasarán factura.