Hay biografías de personajes públicos que dan quiebros inesperados en la última o penúltima esquina de su vida profesional. Hay excepciones como la de Talleyrand cuya trayectoria es una constante huída hacia adelante cayendo siempre de pie y manteniéndose imprescindible para los vencedores de todos los regímenes nuevos y distintos.
Las biografías personales y públicas suelen evolucionar de forma previsible. La sorpresa llega cuando desde un cargo público se toma una decisión que rompe con la trayectoria del personaje. Me encontraba en África del Sur cuando el Rey nombró presidente del gobierno a Adolfo Suárez en junio de 1976. Malo, pensé. Un franquista seguirá siendo un franquista. Y me equivoqué.
Cuando Gorbachev pronunciaba el discurso de apertura en el último congreso del PCUS le escuchaba desde una sala del Kremlin. Palabras, palabras, pensé. La “glasnost” y la “perestroika” serán más de lo mismo. Y me equivoqué sin advertir que aquel hombre estaba desmontando un régimen y un imperio.
Un actor de cine mediocre no puede ser presidente de Estados Unidos, pensé también en noviembre de 1980, observando las elecciones desde Londres. Ronald Reagan ha sido uno de los presidentes mejor valorados por los americanos, según las encuestas echas públicas a su muerte.
No pensé nunca que podría reconsiderar la figura de Sharon, cuya visión militarista arranca de los años cincuenta cuando encabezaba comandos rápidos y letales contra los árabes. En la guerra de 1973 dirigió el cruce del Canal de Suez que acabó con la guerra del Yom Kippur. En 1982 protagonizó la invasión del sur de Líbano y fue declarado culpable por una comisión de investigación israelí de las matanzas en dos campos al sur de Beirut.
Su provocativa aparición en la explanada de las mezquitas de Jerusalén, rodeado de policías y soldados, provocó la segunda intifada palestina. Los asentamientos hebreos en Gaza y Cisjordania son una de sus iniciativas como también es suya la desproporcionada represalia a los atentados terroristas de los palestinos.
Ese Sharon no es el que ahora ha roto con el Likud y se presenta sin partido a las próximas elecciones para fijar definitivamente las fronteras entre israelíes y palestinos. Es el Sharon que quiere la paz porque ha comprobado que su política de fuerza sólo ha generado más violencia. Me parece bien ese giro copernicano a la espera de que la historia diga que fue un acierto para israelíes y palestinos .