La historia de István Bibó, un intelectual húngaro que padeció las perversidades del nazismo y fue condenado a cadena perpetua por las autoridades de Budapest después de que Kruschev aplastara la revuelta húngara de 1956, es la historia de muchos personajes cultivados de la Europa central que prácticamente no conocieron ni la libertad individual ni la soberanía nacional.
Bibó fue puesto en libertad en 1963 y hasta su muerte en 1979 trabajó de bibliotecario. Fue un historiador y ensayista muy notable que escribió el libro cuya versión en francés se titula “Misère des petits Etats d’Europe de l’Est”, en el que late el miedo constante de las naciones que un día se refugiaron y convivían bajo el paraguas del Imperio de Austrohungría y que tenían los miedos insuperables que periódicamente venían de Rusia o de Alemania.
El libro de Bibó es poco conocido. Me comentó un día Ernest Lluch que sólo él y Herrero de Miñón habían leído y comentado muchas veces el estudio de los estados de Europa central después de la partición ideológica, militar y econòmica de Europa al acabar la guerra mundial. Ahora, decía con ironía Lluch, ya somos tres los que estamos mentalizados con Bibó.
El historiador húngaro era un nacionalista siguiendo la tradición de su país que forzó la bicefalia del imperio que tuvo que ceder a la bicapitalidad entre Viena y Budapest. Pero también era un hombre libre, que sabía el valor de la libertad como requisito imprescindible para que una colectividad, un pueblo o una nación pudieran gozar de plena soberanía.
Bibó vuelca sus amargas experiencias pasadas por la horma de los dos totalitarismos. Al referirse al nazismo destaca “ la paradoja que consiste en querer movilizar a las masas democráticas únicamente en favor de la causa de la nación, excluyendo la causa de la libertad, lo que explica todas las contradicciones y todas las monstruosidades del fascismo”.
Sobre el comunismo que le envió a la cárcel lo explica en su relato sobre la revuelta de 1956 que derribó las estatuas de Stalin y Lenin en Budapest y acabó con el gobierno de Imre Nagy que prometía la liberación nacional en el marco de una Hungría socialista.
Me sorprende y me inquieta que se hable más de los derechos históricos de Catalunya que de la libertad de los catalanes. Tengo la sensación de que lo que más necesita el país no es más competencias sino más libertad.
Libertad también y, por supuesto, para estar de acuerdo con los que han elaborado el Estatut que representan la gran mayoría de los votantes catalanes. Pero libertad para aquellos que pueden estar en desacuerdo en el fondo o en la forma en cómo se ha elaborado todo el proceso y no por ello son más o menos catalanes que los demás.
Jordi Pujol hacía unas interesantes y cautas declaraciones a Valentí Puig en el ABC del domingo. Expresan preocupación y tristeza al afirmar que en la relación entre Catalunya y el resto de España hay algo más profundo que chirría, más allá del Estatut. Quizás, en el fondo, se resume en el titular de la entrevista cuando Pujol afirma que “Catalunya es España pero lo es a su manera”.
Se queja Pujol, nos quejamos muchos, que sólo exista una única e inmutable manera de ser español. Quizás este es el problema. Ha habido equivocaciones al redactar el Estatut. Pero la reacción que se ha producido en el resto de España es exagerada, injusta y visceral. No ocurrió nada parecido con el Plan Ibarretxe que se liquidó en un sólo día en el Congreso de los Diputados.
Si el término nación queda excluído del texto no pasará nada irremediable porque el sentimiento de nación no lo dan los demás sino que se lleva puesto. La nación está formada por ciudadanos que ejercen su libertad individual para hacer con ella lo que les plazca.