Los espacios de humor, la ironía y el sarcasmo no son compatibles con la ignorancia, el oscurantismo y la intransigencia. Son malos tiempos para la libertad de expresión y para la crítica. Escuché por radio a varios acreditados dibujantes que no pensaban seguir la senda de su colega danés por miedo. Malo.
Unos dibujos ofensivos para demostrar que se puede utilizar la libertad de expresión y la broma para todo se han convertido en un tema tan serio que las dichosas viñetas sólo son la punta del iceberg de una pugna de mucho más calado.
No puedo aceptar que la gran mayoría de los más de mil millones de musulmanes estén de acuerdo en reaccionar con tanta rabia contra un dibujo que caricaturizaba al Profeta con una bomba sobre el turbante. A los extremistas radicales islámicos se les ha servido en bandeja un arma para rechazar los valores y la civilización occidentales.
El conflicto plantea nuevamente si la libertad de expresión tiene límites. Pienso que sí que los tiene. Incluso en la vida ordinaria en la que muchas veces cada día no decimos lo que pensamos sobre los más próximos en la familia, en el trabajo o en las relaciones sociales. Estas precauciones facilitan la convivencia, de por sí complicada, en cualquier ámbito.
Hay libertad en nuestra cultura para ofender los sentimientos y creencias más íntimos. Pero los ofendidos tienen todo el derecho para expresar su desacuerdo. Mientras lo hagan pacíficamente están dentro de las reglas de juego.
Pero si por un dibujo publicado en el mes de septiembre se queman embajadas y se retiran embajadores respondiendo con el odio y no con la ironía, alguna línea infranqueable se habrá cruzado. Una cosa es la libertad de expresión y otra es la responsabilidad, el respeto y el sentido común.
La firmeza para defender las convicciones expuestas en impecables editoriales de diarios continentales tiene su contrapunto en la reacción de los periódicos anglosajones que no pueden recibir lecciones democráticas pero que añaden unas líneas de prudencia porque saben por experiencia que la libertad, como el alcohol, no es pura al cien por cien.
Todo está permitido pero no todo es tolerable cuando se penetra en el territorio de las creencias, cuando se incita al odio o a la ira descontrolada. El debate no puede desembocar en una limitación de las libertades sino en una más inteligente administración de las mismas. En los tiempos que corren en los que la libertad y seguridad se confunden habrá que acudir a aquella vieja escuela de “La Codorniz”.