Más que un choque de civilizaciones estamos ante un conflicto dentro de las dos civilizaciones supuestamente enfrentadas. No guarda proporción la publicación de unas viñetas ofensivas en un ciudad de provincias danesa con la quema y destrucción de la embajada de Dinamarca en Beirut y todos los actos violentos en contra de intereses europeos de los últimos días.
Si la ofensa hubiera llegado al corazón y a la cabeza de los más de mil millones de musulmanes, desde Indonesia a Mauritania, las protestas habrían sido mucho más alarmantes y destructivas. También si los musulmanes que viven en Europa se hubieran lanzado a las calles para quemar banderas danesas o de la UE tendríamos un problema todavía más crítico.
Estamos ante una revolución de minorías islámicas que utilizan la religión del Profeta como elemento aglutinador de sus objetivos finales para poner las leyes coránicas por encima de las que puedan nacer de la voluntad de los ciudadanos expresada en las urnas. Desde el 11 de septiembre, Occidente es atacado porque representa todo lo contrario que pretenden imponer los revolucionarios islámicos.
El entusiasmo con que regímenes inestables como el de Siria o radicales como el de Irán promuevan las manifestaciones sobre los ofensivos dibujos daneses es una muestra de que la religión del Profeta es igualmente instrumentalizada por un régimen de ayatollahs de Teherán o por un dictador laico de Damasco.
El universo musulmán, afortunadamente, no responde corporativamente a las llamadas de la mezquita. Pero cuando el mensaje anti occidental es expuesto en tiempo real a todos los creyentes en cualquier rincón del planeta da la impresión de que los mil cairotas que se manifestaron en la capital representaban a los casi ochenta millones de ciudadanos egipcios.
El problema lo tienen en todo caso los musulmanes que no cuentan con una sola sociedad democrática si se exceptúa la europeizada Turquía y el Líbano étnicamente plural. Pero el hecho de que los países musulmanes sean más atrasados, más pobres y pisen los talones occidentales a seis siglos de distancia, no justifica que se puedan imponer nuestros valores de un día para otro, por la fuerza, en una cruzada democrática que lo único que ha conseguido es que haya más terrorismo en la zona, más inestabilidad, más peligro de que Irán construya la bomba atómica, más posibilidades ciertas de que una organización terrorista como Hamas forme gobierno en Palestina.
Los valores morales superiores de Occidente no se corresponden con los abusos cometidos por las tropas invasoras en Iraq, con la cárcel de Guantánamo y con el apoyo a una política exageradamente represiva de Israel para reprimir a los terroristas palestinos que, paradójicamente, ahora podrán entrar en el gobierno.
Tampoco con la riqueza que se extrae de las regiones de Oriente Medio para lubricar el crecimiento de la economía occidental. El beneficio va hacia los gobiernos que lo venden y a las multinacionales del petróleo que lo explotan para sus ganancias a veces insultantes.
Voces muy dispares han hablado de la arrogancia europea en el conflicto de los dibujos daneses. No se trata de poner en cuestión la libertad de expresión, incluso la libertad de insultar y ofender. Pero, aceptado este principio, hay que recurrir a la responsabilidad ya que ningún acto libre es inocuo.
Toda la libertad posible pero toda la prudencia y respeto necesarios. Proclamar la superioridad moral porque se puede insultar al Profeta y no otorgar los derechos sociales y políticos al cuarto de millón de musulmanes que viven en Dinamarca y los millones que residen en la Unión Europea se me antoja una gran hipocresía.