Hace muchos años que conversamos con Miguel Herrero y Rodríguez de Miñón. Nos unía la amistad con Ernest Lluch que el viernes recibió un entrañable homenaje en la sede de su partido. Se cumplían cinco años del asesinato de ETA y los socialistas catalanes llenaron a rebosar el salón de actos de la calle Nicaragua para recordar al militante, amigo y pensador socialdemócrata.
Miguel Herrero y un servidor no éramos de la “casa” pero compartimos la mesa con el president Maragall, el primer secretario José Montilla, Santiago Carrillo y Odón Elorza, alcalde de San Sebastián, para hablar de Lluch.
¿Qué pensaría Ernest del debate sobre la posibilidad de que ETA abandone las armas? El contraste entre el acto del viernes en Barcelona y la manifestación multitudinaria del sábado en Madrid, organizada por las víctimas del terrrorismo, mediaba una distancia oceánica. En el fondo y en las formas.
Lluch es una víctima caída por el terrorismo a las puertas de su casa. En el acto de la calle Nicaragua había víctimas del terrorismo que segó la vida a Lluch. Estaba su hermano Enric y bastantes más familiares. Lluch era un conocedor y amigo del pueblo vasco, catalanista, ex ministro con Felipe González, historiador y economista. La única vez que le vimos gritar fue en la campaña electoral de las municipales de 1999 cuando junto a Odón Elorza se dirigía a los amigos de los terroristas que mientras chillaban no mataban.
Buscaba una salida al conflicto creado por los terroristas aunque no sabía cuál ni cómo plantearlo. Las palabras de Gemma Nierga la noche de la gran manifestación en Barcelona al día siguiente de su asesinato, pronunciadas fuera de guión, irritaron al entonces presidente Aznar que con gesto molesto salió airado hacia Madrid. Ustedes que pueden, dialoguen, dijo Nierga ante cientos de miles de barceloneses.
El acto en la calle Nicaragua era la contraportada del que al día siguiente se celebraría en la capital de España. En Madrid se pedía que no se dialogara con los representantes políticos de los terroristas mientras que en Barcelona el mensaje era que valía la pena intentarlo si con ello se podía abrir un proceso que condujera a la paz. Santiago Carrillo se encontraba a gusto y prolongó su parlamento más allá de lo previsto pero como sus palabras fueron interrumpidas por largos aplausos dejé que hablara hasta que él mismo pusiera fin a su homenaje a Lluch.
El alcalde Elorza señaló la amistad que le unía con Ernest y sus vivencias compartidas en San Sebastián por un proyecto socialista para poner fin a la violencia de los etarras. La intervención de Miguel Herrero, el padre de la Constitución más respetado por la izquierda y más denostado por la derecha de Aznar, después de haber disputado y perdido el liderazgo de la Alianza Popular ante Hernández Mancha en 1987, fue muy interesante.
Ante la cómplice perplejidad del auditorio, Miguel Herrero añadió que era nacionalista español pero que defendía la España plurinacional para preservar otra forma de la unidad patria. Largos aplausos y satisfacción general de la militancia socialista catalana.
A grandes rasgos es la España de Prat de la Riba, de Cambó y de Pujol. También es la de Pasqual Maragall y parte del tripartito y de Artur Mas que alcanzaron el acuerdo del 30 de septiembre que ahora es discutido y recortado en el Congreso de los Diputados. Como en 1932 y como en 1979.
El problema es que estas dos visiones de España, la uniforme y la pluriforme, vuelven a campar por sus respetos y parece, una vez más, que no tienen intención de reconciliarse. Los argumentos no sirven porque no son escuchados ni por unos ni por los otros.