Las declaraciones del conseller Carretero a este diario han levantado un vendaval político en los últimos compases de la votación del Estatut en el Congreso de los Diputados. Se han hecho muchas declaraciones precipitadas sobre este texto que salió triunfalmente de Barcelona el pasado 30 de septiembre sin tener en cuenta que lo más probable y realista era que regresaría a Catalunya muy desfigurado.
Estamos acostumbrados ya a observar la política hecha sobre declaraciones que responden a otras declaraciones que a su vez replican a lo que alguien ha dicho delante de un micrófono. Bastaría repasar las hemerotecas de los últimos meses para perderse en laberínticos escenarios sobre promesas hechas y no cumplidas, palabras dadas y retiradas, pactos formales y rotos.
En este sentido las declaraciones del conseller Carretero están en la línea de otras calenturas dialécticas a propósito de la tramitación estatutaria. Pero algo muy importante ha tenido que decir para que el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, le haya dado la razón y se haya mantenido en sus tesis de la retirada del texto.
El presidente Zapatero ha tenido que hacer muchos quiebros para que el Estatut pasara por el Congreso sin derribar alguna columna de la Constitución. Me parece que el conseller Carretero, aún en el supuesto de que hablara como militante de Esquerra y no como miembro del gobierno, exagera cuando dice que Zapatero es el “principal culpable del inmenso desastre del Estatut” o que pensaba que estaba “delante de un españolista inteligente y no delante de un españolista demagogo”.
Las declaraciones tienen el valor que cada uno quiera darles. Pero los hechos no siempre van en la misma dirección que las palabras escritas o habladas. No será fácil tener otro presidente en Madrid dispuesto a abrir un proceso de reformas estatutarias como el que acaba de cerrarse en Valencia y el que está en curso en Catalunya. Si el próximo presidente fuera del Partido Popular lo más probable es que el mismo concepto de la España plural quedara aparcado indefinidamente.
La mayoría actual en el Congreso de los Diputados, con Zapatero al frente del gobierno, intenta salir cuanto antes del debate estatutario catalán. Por cansancio y por desgaste electoral incluso en feudos socialistas tradicionales.
Por lo que respecta a Catalunya la falta de claridad y transparencia sobre las espesas y largas negociaciones han desorientado a la opinión pública. Fue una sorpresa que el llamado pacto de la Moncloa entre Zapatero y Artur Mas se convirtiera en el acto central del Estatut. La ausencia de Maragall era peor que una traición, era un error del que se han derivado muchas consecuencias.
Para quien siga la política con atención la foto monclovita era más el cambio de caballo para futuras carreras en el que Esquerra quedaría descabalgada y Artur Mas se convirtiría en el socio catalán que no inquieta a la mayoría de los españoles.
Maragall denuncia con efectos retardados las consecuencias del pacto entre Zapatero y Mas. Pero sus correligionarios socialistas catalanes le desautorizan en la blogosfera y en declaraciones formales desde la sede de Nicaragua. Hay días que da la impresión que Maragall es el presidente de Esquerra y que Mas es el socio más fiable, incluso del PSC.
La política es un conjunto de lealtades o de traiciones y golpes bajos. Hay de todo a la hora de arbitrar los intereses contrapuestos de los ciudadanos. Sólo se pide un poco de sentido común y una cierta “unidad de propósito”. El regate corto entre políticos y periodistas llega a cansar al personal que no sabe a qué atenerse. Queda siempre una salida en democracia que pasa por las urnas. Cuando sea pero que sea pronto para salir de las nieblas hoy que la primavera nos abre sus puertas.