El Israel político de hoy ya no responde a aquellos parámetros trazados por Ben Gurion y continuados por los sucesivos gobiernos laboristas hasta la llegada del Likud de Menachem Begin a finales de los años setenta. Aquel pueblo con tanta historia y con tan poca geografía conseguía un territorio para vivir en paz y construir la patria hebrea dentro de un Estado moderno y democrático.
Al margen de los conflictos ya endémicos con los palestinos que se consideran ocupados por los israelíes, el problema de fondo tiene también una raíz demográfica. La primera responde a lo que los sociólogos han denominado “las nuevas tribus de Israel” que han convertido el país en un mosaico multiforme de rusos, ultraortodoxos, árabes tradicionales, etíopes, judíos orientales y demás hebreos llegados de todo el mundo.
La hegemonía del sionismo de raíz europea dominado por el movimiento laborista aportó una cierta identidad común a los ciudadanos israelíes que echaron sus raíces en el cooperativismo agrario y en la educación. La transformación de las tierras áridas en verjeles fértiles es una prueba del éxito de aquel proyecto.
Israel es hoy, paradójicamente, uno de los países más plurales cultural y políticamente. Los resultados de las sucesivas elecciones muestran las distintas sensibilidades dentro de la sociedad israelí a la que pertenecen también más de medio millón de árabes israelíes.El problema es cómo formar un gobierno con tantos pedazos de una sociedad que, curiosamente, no tiene una identidad política definida para ponerse de acuerdo en las cuestiones básicas sobre el territorio, las fronteras y las relaciones con sus vecinos palestinos.
El problema arranca de la guerra triunfal de 1967 cuando los ejércitos israelíes conquistaron en seis días Cisjordania, Gaza, el Sinaí y los Altos de Golán. Ganaron territorios sin dar salida política a los habitantes que moraban en aquellas tierras que no quieren ser israelíes pero tampoco se les deja que lo sean.Israel no puede seguir siendo un estado judío y una democracia y, a su vez, controlar todos los territorios que van desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo.
La separación en dos estados es inevitable. Pero nadie tiene la fórmula mágica para hacerlo. Las posibilidades que se barajan son el control de todos los territorios a través del “apartheid”, expulsar a todos los palestinos o darles todos los derechos políticos. Las tres opciones son inviables por no decir imposibles.