Hay que reconocer que Esquerra Republicana tiene imaginación. Han llegado donde están porque saben jugar con las palabras, los sentimientos y la idea de una Cataluña que no coincide con la de la gran mayoría de catalanes.
Esta imaginación, en tiempos de las presiones de Aznar a todo lo que no fuera su idea de España, les llevó a tener una representación democrática inesperada y muy importante. Hasta el punto que con la caída del Partido Popular se convirtieron en piezas clave tanto en Cataluña como en España.
Han ocupado durante más de dos años espacios decisivos de poder. Pero la política tiene poco de imaginación. Es realismo, intereses de los ciudadanos, resolver situaciones complejas y dejarse más de un girón de ideología por el camino.
El president Pujol me dijo hace poco que un político no hace lo que quiere sino lo que puede. La novedad de ERC es que sólo pretende hacer lo que quiere y no lo que puede.
En la oposición todo se soporta. Pero si se está en el gobierno hay que pensar más en el país que en el partido. Y hay que inventar poco. Su última contribución de recomendar el voto nulo político en el referéndum del Estatut no va a pasar a los manuales de politología. No aboga por el sí pero tampoco por el no. Ni siquiera por el voto en blanco. Recomienda el voto nulo político. Insólito.
Paradójicamente, Esquerra no tiene un liderazgo fuerte a pesar de la inteligente retórica de Carod Rovira para conectar con el electorado que quiere dar la espalda a España. El conseller primer, Josep Bargalló, intenta ser el urbano de las corrientes que soplan en el partido. Joan Puigcercós pretende ser el Miquel Roca republicano. Roca nunca habría propuesto a Xavier Vendrell como conseller.
Sospecho que Esquerra confunde la militancia con el electorado. No es lo mismo. Puede continuar en el gobierno pero las urnas dirán alguna cosa cuando se abran y se cierren en la próxima ocasión.
La hora es grande pero los hombres son pequeños. Lo decía Churchill cuando advertía de los peligros que se ceñían sobre Inglaterra después del Pacto de Munich de 1938. Esquerra tiene toda la legitimidad democrática, limpiamente ganada. Pero sus hombres no han estado a la altura de las circunstancias en unos tiempos en los que se podían convertir en un partido de gobierno.
Se han quedado en la imaginación, en lo pequeño, en los límites de un partido que decide los grandes temas de forma más o menos asamblearia. Han pensado más en Esquerra que en Cataluña. Atisbo que esta actitud un tanto frívola tendrá un precio.