La política lo tolera todo. Tiene la manga ancha. Las gentes no recuerdan los titulares y los políticos tampoco. Así todos vivimos más tranquilamente.
Pero cuando las contradicciones no son lejanas sino muy recientes, de rabiosa actualidad, entre consellers y entre políticos de un mismo partido, entre el president Maragall y el presidente Zapatero, entre Maragall y Carod, entre Mas y Carod, entre Piqué y todos los demás, lo más interesante sería ir a las urnas cuanto antes. Si se quiere, después del referéndum.
Pero hay que dar la voz a los ciudadanos porque el espectáculo que nos libran los políticos es confuso, variable como los cielos en el mes de abril, ineficaz.
Que nadie se espante. Ni tampoco que se alarme. Las crisis en las democracias son constantes, actuales, no terminan nunca.
Pero las crisis suelen superarse por la responsabilidad de los dirigentes o, si el caso no se da, por que los ciudadanos los cambien.
Karl Popper decía que la esencia de la democracia no está en elegir gobiernos sino en echarlos. Tenía bastante razón.
El gobierno actual en Cataluña tiene tantas grietas que tengo la sospecha que no merece la confianza de los ciudadanos. A las urnas «citoyens».