No me asustan las crisis. Lo que me inquieta es que no se reconozcan, que se actue como si no existieran. Que los culpables nos quieran convencer que son víctimas de lo que ellos mismos han provocado.
El tripartito de Maragall ha sido destruido y enterrado solemnemente en una jornada fúnebre trepidante. Un réquiem de Mozart solemne y triste.
La palabra la tienen los catalanes. En el referéndum del 18 de junio y, de forma muy especial, en las elecciones que se celebren antes de terminar el año.
El No de Esquerra y del Partido Popular contarán conjuntamente. Una rareza impensable hace sólo unos días.
Ha habido traiciones, desconfianzas, recelos, envidias. Lo que ocurre siempre en la política. El reloj se pondrá nuevamente a cero. Hay que esperar para ver quién llega primero en las elecciones y dispone de uno o varios escaños más que el segundo. Será el presidente y pactará con quien pueda.
Mientras tanto quedan muchas incógnitas por resolver. La primera y más relevante es quién será el candidato socialista a las elecciones autonómicas. Zapatero le ha pedido a Maragall que renuncie a su candidatura. El PSC, también.
Pero Maragall no lo entiende así. Por ahora por lo menos. Se baraja el nombre de José Montilla y hay quien apunta el de Antoni Castells. Al margen de las lealtades hay una cosa que hay que tener en cuenta. Un candidato que no tenga el apoyo entusiasta de su partido tiene muy difícil la victoria.
Maragall podría retirarse con todos los honores. El alcalde de los Juegos y el president del Estatut.
Otra consideración. Las crisis no so únicas ni solamente en Cataluña. Son las democracias occidentales las que atraviesan momentos de incertidumbre. Están en crisis en Gran Bretaña, Estados Unidos, Francia, Alemania, Italia y también España. Por muy bien que vaya la economía y por muy grande que sea la satisfacción porque la vida es agradable para la mayoría, porque se viaje por todo el planeta, porque los tipos de interés están por los suelos y permiten un endeudamiento global en las democracias.
Esta crisis habrá que superarla. No sé cómo. Pero que nadie piense que es cosa de Cataluña. Me permito citar el comienzo de la novela de Tolstoi, Ana Karenina, cuando el gran escritor ruso comienza diciendo: «todas las familias dichosas se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera».
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