La entrevista que Rodríguez Zapatero concedió a Mònica Terribas en una noche de finales de mayo en los jardines de La Moncloa, suave viento que acaricia la cabellera de Mónica, presidente con corbata de boda, conversación espontánea, verde negro por todas partes, la sinfonía de los grillos que suena en la lejanía, focos de verbena de una casa de postín, temas que se desgranan con la naturalidad de amigos de toda la vida…
Una buena entrevista. Los dos, el político y la periodista, vivían su «finest hour», su momento sublime. Alcanzaban la cumbre de su profesión. A partir de ahí puede empezar el descenso o la batalla para cumplir todos los pronósticos y promesas que se hacían tranquilamente en la luminosidad de la oscura noche.
Se me ocurrió pensar en aquel «finest hour speech» que Winston Churchill hacía en los Comunes poco después de tomar posesión del gobierno el 18 de junio de 1940. Era el primero de sus tres parlamentos emblemáticos conocidos como «blood, toil, tears, and sweat» y el «We shall fight on the beaches».
Zapatero no utilizó la épica de Churchill ni Terribas cambiaba el curso del periodismo mundial. A todos nos habría gustado pasear por aquellos jardines por los que han transitado Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar y ahora Zapatero. Fue una entrevista que penetraba sin pedir permiso en los domicilios del país.
Pero detrás de la «hora sublime» estaba una guerra incierta y en inferioridad de condiciones. Zapatero conversa con la seguridad de que no hay peligros. Que todo está calculado, pactado, cerrado. Que España no tendrá más remedio que seguir sus visiones. Ojalá sea así. Pero me temo que esta seguridad de Zapatero no va a aglutinar a la opinión pública española como Churchill se hizo suya la británica.
No sé si Zapatero sabe hacia donde va ni siquiera si conoce el trayecto. Da la impresión de que todo estaba previsto. Ha ninguneado al presidente de la Generalitat, ha cambiado de caballo sin esperar alcanzar la otra orilla del río, tiene a los socialistas catalanes confundidos y una persona de la experiencia como Felipe González no entiende qué es eso de la realidad nacional de Andalucía.
Parece un Maquiavelo en estado puro. Puede ganar las próximas elecciones. Incluso aumentando su mayoría. Pero ha empezado el descenso. En España no se suele mantener en la cima a alguien que triunfa de forma tan fácil. Es un país con demasiada afición a los toros y, por lo tanto, a la sangre a las cinco de la tarde.
Ojalá le vaya bien, muy bien, porque a todos nos irá bien. Pero entrevistas con la placidez y la tranquilidad de los jardines de la Moncloa no suelen repetirse. Horas antes había derrotado a Mariano Rajoy en el Congreso y Duran Lleida se rendía a sus pies a cambio de un futuro ministerio. Incluso Puigcercós, el descabalgado por Zapatero, le prometía lealtad. Todo demasiado placentero.
También lo pienso de Mònica Terribas. Puede seguir con sus incisivas preguntas en los formatos de TV3. Pero no superará la noche estival en La Moncloa. Los dos aprovecharon la ocasión sublime. Ahora hay que aterrizar a la vida real, mucho más dura y tosca. Más fratricida y cainita, tanto en la política como en el periodismo.