Perú no ha confirmado la teoría del dominó que desde Venezuela y Bolivia se pretendía incorporar un nuevo país a una suerte de revolución bolivariana que cambiara radicalmente el mapa político de América Latina. Desde la distancia es arriesgado e injusto meter en el mismo saco a países con historias distintas y con sociedades que tienen mucho en común pero que renuncian a ser homogéneos porque son diferentes.
Los cinco años de presidencia del socialdemócrata Alan García (1985-1990) acabaron tan mal que el ahora presidente electo tuvo que huir del país que se entregó desesperadamente en brazos de Alberto Fujimori que ganó en la primera vuelta a Vargas Llosa en 1990 que arrojó la toalla y se dió un abrazo con el “chinito”, de procedencia japonesa, sin tener que concurrir a la segunda vuelta por el abandono del rival.
Recuerdo la escena en el Sheraton de Lima. Vargas Llosa, candidato liberal, hablaba con la prensa para dar cuenta de los resultados de la primera vuelta. En esas entró inesperadamente Fujimori que le abrazó efusivamente dando por cancelada, de hecho, la segunda vuelta de las elecciones.
Ironías de la política, Vargas Llosa, laureado literato y algún día, si hay justicia en los cenáculos del jurado del premio Nobel, merecería ser galardonado con el máximo premio de la literatura, nos reunió a unos cuantos en la última planta del hotel para explicarnos las razones por las que abandonaba su intento para ser presidente de Perú, refugiándose posteriormente en Europa para seguir escribiendo espléndidas piezas literarias que le han hecho acreedor de todos los reconocimientos, a pesar del incomprensible silencio de Gabriel García Márquez, silencio que Vargas Llosa ha practicado con el mismo desprecio hacia el escritor colombiano.
Ha sido Vargas Llosa el que ha trasladado a los peruanos que votaran con la nariz tapada si la elección era entre Alan García y Ollanta Humala. Votar así, con la mano en la nariz, no es un invento peruano. Sin ir más lejos, los franceses practicaron la misma táctica para decidirse entre Chirac y Le Pen en las últimas elecciones presidenciales.
Aquella distorsión democrática en Francia ha tenido muchas y graves consecuencias para los franceses de la misma manera que la va a tener para los peruanos que han dado la victoria a un candidato que en la primera vuelta sólo consiguió unos sesenta mil votos más que la conservadora Lourdes Flores.
Alan García ha ganado porque Lima, que cuenta con una tercera parte del electorado, le ha votado en más de un sesenta por ciento. Del resto de los veinticuatro departamentos peruanos, Alan García sólo ha conseguido ganar en nueve de ellos. Eso sí, en los más poblados de la costa donde el nivel de vida es superior al del Perú interior donde Humala ha consolidado su liderazgo.
El populismo de corte bolivariano del perfil de Hugo Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolívia no ha ganado. Las elecciones en Colombia renovaron la confianza en Uribe que es lo más alejado de la retórica y demagogia de los presidentes de Caracas y La Paz.
Alan García pidió disculpas a los peruanos por su desastroso primer mandato. Confesó que su fracaso se debió al apetito desordenado por el poder y que no habrá “nada de frivolidades, nada de viajes, nada de sueldos suculentos, nada que signifique ofender al pueblo”.
Alan García vuelve triunfalista pero humillado. Tendrá que gobernar con muchos votos prestados y con un país dividido. Ollanta Humala tiene toda la fuerza en el interior y un discurso que no se aparta del populismo venezolano o boliviano. Tendrá la presión de la derecha que le dió el poder y el de la izquierda radical que aprovechará sus errores, que los tendrá.