En Miami se han detenido a siete individuos que supuestamente preparaban un atentado contra la gigantesca torre Sears de Chicago. El presidente Bush ha dado un salto a Europa para acercar posiciones con sus aliados y en Budapest ha comparado el levantamiento de Hungría de 1956 con la crisis de Iraq.
Un paralelismo que no se le había ocurrido a nadie. En Hungría se desafió al imperio soviético que aplastaba a un pueblo, le privaba de libertad y le arrebató su soberanía. La revuelta de Budapest acabó con la represión más brutal de Kruschev. Iraq ha sido invadido con una mentira bajo el brazo y los iraquíes están intentando con violencian y terror que los extranjeros se vayan.
El dictador Saddam ha sido derrocado y está siendo juzgado en Bagdad por un tribunal con una legitimidad más que dudable. Irán ha plantado cara al mundo y sigue adelante con su programa de enriquecimiento de uranio a pesar de las amenazas sancionadoras de Naciones Unidas. Hamas ha ganado las elecciones en Palestina convirtiéndose en la primera organización terrorista que gana unas elecciones en Oriente Medio.
Los extremistas islámicos, Al Qaeda es el más visible, suministra una ideología unificada entre los talibanes afganos, los insurgentes en Iraq, los rebeldes en Chechenia y muchos otros que conocen los códigos y las consignas que no sabemos dónde y quién las emite. A esta red se suman las comunidades aisladas, minoritarias y resentidas en Europa, que reciben a través de Internet el arma de la propaganda y las consignas.
Occidente se enfrenta a una amenaza que a la vez es distante y cercana. Pero que tiene a los europeos y norteamericanos atemorizados porque los Estados democráticos no saben cómo combatir este fenómeno ilocalizable. Los Estados modernos que han inventado la globalización que comporta tantas ventajas pero que también presenta grandes peligros.
Nos enfrentamos a la variante más perversa de la globalización que consiste en utilizar la información y las armas de destrucción por grupos ilocalizables que responden a consignas que circulan con códigos secretos en la red mundial.
Los ciento treinta mil soldados norteamericanos en Iraq no pueden hacer nada para combatir esta amenaza. Ni los miles de soldados europeos que se encuentran en Afganistán para pacificar un país en el que el control se escapa de las manos occidentales.
Hay que combatir este tipo de terrorismo con armas del siglo XXI que no son otras que la inteligencia, el derecho, el «poder blando», la investigación para descubrir los circuitos por los que transitan los planes para atacar y destruir nuestra civilización. Los enemigos están simultáneamente fragmentados y conectados, dentro y fuera de nuestras fronteras.
El choque no es de civilizaciones sino una lucha para defender la civilización. La retórica de la guerra contra el terror esconde la ausencia de proyectos para neutralizarlo.