No son lo mismo los valores republicanos que los valores de la II República española que hoy hace setenta años recibió un golpe de muerte que dió paso a la guerra civil y a una dictadura de casi cuarenta años.
Siempre me ha impresionado el final de la pequeña obra “ Velada de Benicarló”, escrita por el presidente Manuel Azaña que resume su pensamiento cuando la guerra estaba ya perdida, con las palabras de “paz, piedad, perdón”.
Olvidar la historia, decía Edmund Burke, en sus reflexiones sobre la Revolución Francesa, es abrir la puerta al disparate. Y es famosa la reflexión de William Faulkner cuando decía que “el pasado nunca está muerto, ni siquiera está pasado. A Ernest Lluch le gustaba citar a Benedetto Croce cuando se refería a la historia como el pasado que no pasa.
Los valores de la II República española desembocaron en una tragedia de la que ninguna de las facciones que lucharon se salva con un mínimo de dignidad. Resumo un artículo del ex president Jordi Pujol en estas páginas hace unos días, que “en Catalunya todos fuimos verdugos y todos fuimos mártires. Como sociedad y, a menudo, en una misma familia”.
La revisión de la historia como instrumento político para arrojarla a la cara del adversario me parece una falta de honestidad intelectual. Viene ocurriendo en España con la aparición de una escuela revisionista, en la que se encuentran autores muy vendidos como Pio Moa y César Vidal, que afirman que la responsabilidad de la guerra fue exclusivamente de los republicanos que a partir de 1934, desde la revolución de Asturias y el golpe de Companys contra la República, se obligó a Franco a levantarse.
Me parece igualmente deshonesto el impulsar una ley de la memoria histórica que pretende arrancar desde 1939 obviando lo ocurrido desde 1931 y, si me apuran, desde 1923. Me parecería más adecuado una ley sobre la verdad histórica, con todas sus imprecisiones, como la que el presidente Nelson Mandela y el arzobispo anglicano Desmond Tutú impulsaron en Africa del Sur al poner fin al indecente “apartheid” de la minoría blanca sudafricana.
Recomiendo el estudio de la obra de Josep María Solé Sabaté sobre la historia de la República y la guerra civil con el tenebroso inventario de víctimas, de discursos ideológicos y de irracionalidad en los dos bandos.
Otro estudio completo, riguroso y muy trabajado sobre el terreno es el que acaba de publicar Albert Manent en “La guerra civil i la repressió del 1939 a 62 pobles del Camp de Tarragona”. Es hora de revisar nuestra memoria colectiva. Pero toda.
Albert Manent ha huido del sesgo ideológico, político y social. Se ha limitado a enumerar a todas las víctimas que cayeron en los tres años de la guerra en las comarcas tarraconenses y también a todos los que fueron condenados, ejecutados, encarcelados y juzgados por el ejército vencedor por la ley de Responsabilidades Políticas dictada por Franco en febrero de 1939. Están todos, con nombres y apellidos.
Que hubo represión después de 1939 es evidente y se puede documentar. Pero también la hubo en la España republicana donde miles de personas encontraron la muerte por el hecho de ser ricos, creyentes o de derechas.
En mayo de 1937 hubo en Barcelona una matanza de comunistas que no obedecían a Stalin sino a Trotski. Andreu Nin fue víctima de aquellas represalias entre comunistas. También recomiendo la “Historia de las dos Españas” de Santos Julià, en la que se pone de relieve que el conflicto no empezó en 1931 sino que venía incubándose desde el siglo antepasado. Memoria, sí. Pero basada en la verdad lo más objetivada posible.