Cada guerra que se gana viene a corroborar la idea de que la guerra terminará con el problema y terminará también con todas las guerras. Se decía de la Gran Guerra de 1914, aquella que fue producto de una crisis de moral de civilización, un fallo de la razón moral en una cultura que había legado al mundo la idea misma de la razón moral. Y esa crisis de la razón moral condujo a la crisis de una moral de civilización que aún está presente en nuestros días.
La guerra es una confesión de fracaso, la señal de que, habiendo agotado todas las vías políticas sólo queda el recurso a la fuerzsa bruta. Cuando hablan las armas, se acaban los discursos. Y la política, en lo esencial, está hecha de discuros, de conversaciones de la búsqueda de compromisos y consensos.
Nada de esto ocurre entre Israel y sus enemigos. Cuando un a guerra se empieza se pone en marcha la irracionalidad, al margen de las razones. Solón, el gran sabio de Grecia, decía que no «te imagines nunca ser el más afortunado antes del último segundo de la última hora de tus últimos días. que nadie se crea inmunizado contra las sorpresas desagradables. Todo éxito es provisional. El insensato que se toma por Dios es más débil que los más débiles.
La paz no llegará pronto porque el odio se ha osificado en las mentes de todos. Decía Goethe que la humanidad siempre seguirá oscilando de un extremo a otro y una de sus partes sufrirá mientras a la otra le irá bien, el egoísmo y la violencia seguirán campando a su anchas como demonios malignos y la lucha de los partidos no tendrá fin.
Las guerras las ganan quienes finalmente tienen razón. Aunque pierdan. Aunque sean humillados y aparentemente destruidos.
Al margen de la violencia, de la sangre, de la muerte que se ha apoderado del sur de Líbano siempre queda pendiente la misma cuestión: ¿están dispuestos a tolerarse, a vivir en paz, a comprenderse, los israelíes y los palestinos, musulmanes o árabes?
Cada vez que muere un solo hombre, mujer o niño, se aleja en el horizonte esta posibilidad. La guerra, en el fondo, no es otra cosa que sustituir la tolerancia por el odio. Es lo que abunda en estos tiempos en la vieja tierra de Oriente Medio. La tierra de Abraham, de Jacob, de Averroes, de David, de Suleimán, de los cruzados, de los otomanos, de los franceses, de los británicos… Es una guerra interminable porque no se quiere aceptar al otro. Así de simple.