La sombra del desencanto, de la chapuza y de la política populista es muy alargada en América Latina. El esperpéntico espectáculo mexicano no se entiende desde Europa y tampoco desde Estados Unidos.
Un país de las dimensiones de México no puede ser bicéfalo. Un presidente oficialmente declarado y otro que llena las calles prometiendo que va a gobernar en paralelo es tan confuso como incierto.
Calderón y López Obrador se proclaman presidentes. El primero con las urnas a cuestas. El segundo con lo que supuestamente dijeron las urnas. El populismo, el caudillismo, la revolución bolivariana está recorriendo América Latina. Se ha apoderado de Venezuela, de Bolívia y ahora ha llegado a México.
Cuba no cuenta porque no es un régimen populista sino una dictadura clásica, con racionamiento para los ciudadanos, con propaganda por todas las esquinas, con falta de las libertades más elementales.
Lo que ocurre en Argentina o Brasil no puede asimilarse a la revolución bolivariana del inefable caudillo Hugo Chávez que asiste como un médico de cabecera al decrépito Fidel Castgro. El rumbo de las corrientes de fondo que circulan por América Latina no augura nada bueno. La democracia es una caricatura ridicula en Venezuela o Bolívia.
Lo que no estaba previsto es que esta infección llegara a México, el país más importante de habla hispana y vecino de Estados Unidos donde un diez por ciento de su población es de procedencia mexicana.
Había un tiempo en que lo que ocurría en América Latina era una cuestión marginal, propio de países colonizados por los españoles que tampoco contábamos mucho en el mundo. América Latina tiene recursos energéticos, tiene una fuerza demográfica formidable y sus ciudadanos saben lo que ocurre en el mundo.
Un continente desconcertado, en plena época de globalización, tiene consecuencias en todo el mundo. Las clases dirigentes han fracasado en toda América Latina. El fracaso no es de hoy. Viene de lejos, de muy lejos.
No se ha practicado la justicia, no se ha repartido la riqueza y el poder ha permanecido en manos de muy pocos. El populismo es intrínsecamente malo porque es la antesala del fascismo. Pero los políticos y las clases dirigentes no han leído el signo de los tiempos.
Lo más fácil es señalar a Estados Unidos como fuente principal de las desgracias. Pero el mal está dentro. Está en la corrupción de antes y de ahora, en la falta de respeto a los demás, en un caudillismo que no tiene en consideración la libertad de todos.
América Latina es un polvorín.