La construcción de un muro de más de mil kilómetros entre Estados Unidos y México, una muralla equipada con toda clase de equipamientos electrónicos, para cortar el flujo masivo de latinos que quieren entrar en territorio norteamericano, es el inesperado paradigma de nuestro tiempo.
Los muros son defensivos. Los construyeron los chinos hace miles de años, los romanos lo situaron al norte de Inglaterra y en la Edad Media bordeaban las fortalezas y castillos de Europa. Lo acaban de levantar los israelíes para fijar con cemente las fronteras con Palestina y surgen tímidamente en Ceuta y Melilla para impedir que africanos de todas las procedencias salten a territorio español y europeo.
El muro de Berlín lo levantó Kruschev en 1961 para evitar la fuga masiva de alemanes a la república federal. Siendo muy joven lo ví levantar físicamente y también asistí 28 años después a su derribo.
Desde el final de la Gran Guerra de 1914 bastaban los puestos fronterizos, las aduanas, los puertos y aeropuertos para controlar el flujo de gentes que pretendían cruzar los límites de un estado. La facilidad de movimientos, el hambre y la miseria empujan a miles de personas a desplazarse en busca de nuevos horizontes vitales fuera de sus tierras y sus raíces.
Pero los muros caen siempre y, a lo máximo, se convierten en curiosidades turísticas para generaciones posteriores. Occidente levanta ahora muros físicos. No por razones de seguridad sino por miedo a que los “otros” acaben imponiéndose a “nosotros”. Es una reacción defensiva que no tiene que ser necesariamente la mejor ni la que nos garantice una mayor seguridad personal y colectiva.
Pienso que el muro más adecuado pasa por convencernos de nuestras propias convicciones, de nuestros valores, de nuestra aportación al progreso, a la libertad y a los derechos universales. El muro de la razón y de la generosidad. El colonialismo europeo ha usurpado los recursos de medio mundo. Ahora hay quien dice que sólo podemos aceptar los mejores, los más capacitados, los imprescindibles para hacer los trabajos que no queremos hacer. Es otra forma de expolio.
Una cosa muy distinta es la llegada de quienes vienen de forma agresiva y bélica como reacción a los males causados por Europa en el pasado. Si levantamos muros de cemento y no mantenemos con firmeza los que están construidos sobre nuestros valores, basados en la justicia, la igualdad de derechos y deberes, el respeto a nuestra propia cultura, habremos perdido la seguridad y seguiremos con miedo.