Anna Politkosvskaya está en la lista de las victimas de las guerras modernas. Ya no hay infantería, ni artillería, sólo guerras destructivas, activadas por manos desconocidas, por poderes dictatoriales o democráticos, que por razones de estado lanzan operaciones que liquidan a miles de personas.
Anna era la que más sabía de Chechenia. Había recorrido hasta el último rincón del país. Conocía las miserias de los resistentes y terroristas, de los oficiales del ejército ruso, los mercenarios de los puestos de control que exigían sobornos, los pícaros que se beneficiaban de la situación, los colegas que se acomodaban al silencio.
Politkosvskaya ha ingresado en la tribu de miserables que son eliminados por lo que cuentan pero, sobre todo, por lo que saben, por lo que pueden a llegar a contar, por no estar del lado de nadie sino simplemente contar la verdad que pasa por sus ojos.
La Rusia de Putin no es mejor que la de Eltsin. Desde el punto de vista periodístico, de libertades, no es mejor que la de Breznev o la de Kruschev, la de los zares y la de Stalin.
El asesinato de Anna en un ascensor de Moscú me ha sorprendido con la lectura de un libro del corresponsal de guerra, Vasili Grossman, que escribió para el semanario Estrella Roja durante la segunda guerra mundial. El texto ha sido reeditado por Anthony Beevor incluyendo el dietario personal de Grossman que no era publicado en el semanario moscovita controlado por el partido.
Grossman era un periodista honesto que fue instrumentalizado por la propaganda de Stalin. Anna es una periodista que simplemente pretendía contar lo que ocurría en Chechenia, el fracaso de las operaciones militares, los miles de muertos, la locura de una operación militar para combatir a los chechenos que, a su vez, se peleaban entre ellos.
Putin es respetado y bienvenido por todas las autoridades europeas. Tambén por Estados Unidos y por todos los países de Oriente Medio. Es cierto que Rusia sigue siendo una gran potencia y que lo que ocurra en Moscú va a afectar a todo el mundo, como ha ocurrido desde los tiemos de Napoleón.
Pero en Rusia no hay libertad. Y me atrevo a vaticinar que no habrá progreso político, social y humana. El asesinato de Anna Politkovskaya es una ignominia para las libertades de los rusos. Y es una carta blanca para un régimen que vive bajo el manto de Putin, un zar cualquiera, procedente de la KGB, un hombre que sigue la tradición de todos sus antecesores desde Pedro I el Grande.
La autoridad y la seguridad pasan por encima de la libertad, la pisotean, y además pretenden ser los salvadores de la patria.