Ya me parecía a mí que tantas grúas cubriendo los cielos de España entera escondían algún secreto. Lo cierto es que se construye frenéticamente, en las grandes ciudades, en los pueblos, en los bosques y en los yermos. Lo primero que asombra al visitante que llega a nuestro país es el enjambre de torres metálicas que contaminan visualmente los horizontes urbanos y rurales.
Se construye, se abren barrios enteros, hay pueblos que se convierten en ciudades de la noche a la mañana, campos de golf en todo el territorio, agresivos planes de urbanismo.
El ladrillo compite con los bancos y las cajas. Se ganan sumas descomunales, se construyen fortunas fenomenales, se exhibe riqueza.
Curiosamente, uno de los grandes problemas de cualquier ciudadano que pretenda acceder a una vivienda propia es que no puede convertirse en propietario. Acaso, siempre acude a una hipoteca a treinta o cincuenta años y así tiene cobijo asegurado para su vejez.
Marbella desató la podredumbre de esta apoteósis barroca del dinero, que diría Raimon Obiols. Luego se ha descubierto en ayuntamientos socialistas, populares, en comunidades de todos los colores políticos.
No es un caso aislado. Es la norma. Los municipios prosperan, construyen polideportivos, piscinas, asfaltan todas las calles. Pero, en buena parte, la financiación de esta prosperidad municipal está en la opaca financiación de los partidos, en comisiones de cualquier monte, para cualquier edil.
Mayormente, quienes levantan estas nuevas ciudades son los inmigrantes que resuelven un problema pero que constituyen una crisis porque no se les quiere otorgar todos los derechos.
No está lejos el día que esta disfunción saldrá a la luz pública. Se sabrá casi todo. Y la vergüenza asomará en la cara de todos. Creíamos que era progreso y no es sino una forma de corrupción de guante blanco.