Al margen de quien resulte ser el próximo president de la Generalitat, independientemente de quien consiga más escaños, si hay sociovergencia o se reedita el tripartito, sea cual fuere la fórmula que salga de las urnas el próximo miércoles, me interesa resaltar algunas corrientes de fondo que, en definitiva, son las que marcan el destino de los pueblos.
El Estado de las autonomías derivado de la Constitución de 1978, que tantos resultados positivos ha representado para todos, está llegando al final del trayecto.
La fiebre de reformas estatutarias después de que Catalunya consiguiera un nuevo Estatut desembocarán a medio plazo en una reforma constitucional que, de hecho, planteará un federalismo real que ya existe aunque no esté en la letra pero sí en el espíritu de la Constitución vigente.
Cabe el riesgo de que Catalunya y Euskadi planteen la relación con España desde la bilateralidad, de igual a igual, lo que representaría una ruptura inasumible para el Estado.
¿Por qué ha descarrilado un tren que transitaba cómodamente, prosperando y convirtiendo a España en una referencia en muchos aspectos en el mundo?
Pienso que por dos motivos principales. El primero fue la presión del último mandato de Aznar que despreció a los nacionalismos y pretendió reinventar la sagrada unidad de España que la misma Constitución había superado. El segundo ha sido la descompresión del gobierno Zapatero que ofreció todo lo que se pidiera desde Catalunya y ha acabado jugando con ella para mejor servir a sus intereses electorales en España.
Desde distintas ópticas, el Partido Popular y el Partido Socialista han convertido el territorio peninsular en un Campo de Agramante, que la Real Academia de la Lengua describe como “un lugar donde hay mucha confusión y en el que nadie se entiende”.
Se ha producido un desapego, expresión utilizada por Felipe González, en las dos direcciones. Noto un desapego cada vez mayor en Catalunya respecto a España y otro desapego parecido desde España hacia Catalunya. Y no tiene visos de ir a menos sino de aumentar.
Es tarde para dilucidar quién tiene la culpa o quién tiene más culpa. Pienso que ha llegado el momento de racionalizar al máximo la relación y, salvados los intereses de las dos partes, construir un sistema de respeto y de complicidades mutuas siguiendo con un matrimonio de conveniencia que puede perdurar siglos. La famosa conllevancia orteguiana quizás sea la mejor o la única solución.