Indira Gandi, Margaret Thatcher y Golda Meir no exhibieron su feminidad. Gobernaron con energía, autoridad y puñetazos encima de la mesa. La primera ministra de Israel dicen que dijo que «soy la única persona en este gabinete que tiene un par de …»
La mujer en la primera línea de la vida política de un país era una singularidad, una concesión a la casualidad, una anomalía que confirmaba la regla de que la política es cosa de hombres.
En los países escandinavos no es así desde hace tiempo. Pero en el resto de las democracias occidentales empieza a romperse la rareza de que una mujer gane unas elecciones y gobierne sin ningún complejo.
Angela Markel lleva un año presidiendo una gran coalición en Alemania. El pesimismo que se apoderó de los alemanes en los últimos años se ha transformado en un cierto optimismo que está avalado por las grandes cifras económicas. Merkel es una mujer educada en la RDA, hija de un pastor protestante, tímida, cauta y respetuosa.
Es popular en el mundo pero tiene problemas en Alemania presidiendo una coalición que en la que las tensiones y los cuchillazos de todos los coaligados se le clavan en los costados.
Merkel no es una mujer atractiva. Parece más bien un ama de casa que se empeña en sacar la familia adelante sin preocuparle su vestimenta, su peinado o su perfil. Es una mujer normal, suave, que no da golpes encima de la mesa. No ha invocado el feminismo pero su cancillería está llena de detalles de buen gusto, propios de una familia normal de Prusia o de Renania.
Hillary Clinton practica un feminismo inteligente para llegar a la Casa Blanca por segunda vez, pero no como la señora del presidente sino como presidenta. Nancy Pelosi ha sido elegida «speaker» de la Cámara de Representates, la tercera autoridad de la nación.
Estas dos mujeres tienen en común que practican un feminismo práctico, sincero, descargado de ideologías que caracterizaron el feminismo combativo desde hace cien años. Aspiran a llegar o han llegado a sus posiciones porque son competentes, están preparadas, practican la compasión y piden el voto femenino porque consideran que lo merecen.
Ségolène Royal es la última aspirante a llegar a presidenta. Ha batido a las viejas glorias del socialismo francés y es la candidata oficial del partido. Es madre de cuatro hijos y tiene siete hermanos. Es atractiva, simpática, con unos planteamientos que la han situado por encima de las familias clásicas del socialismo francés.
La carrera hacia el Elíseo será larga, dura y compleja. Pero si lo consigue será porque practica un feminismo natural y porque convencerá a la mayoría de franceses de que es la persona más idónea para presidir Francia.
Estos casos convierten en normal institucionalmente lo que normal en la vida misma de las sociedades modernas. Por la propia fuerza de los hechos.
La mujer aporta dulzura, comprensión, una visión femenina que hace las cosas más sencillas. Pero una mujer conspirativa será conspirativa también. Y si una presidenta de Francia, de Estados Unidos o de Alemania tienen que tomar decisiones arriesgadas como apretar el botón de la seguridad para dirimir un conflicto, lo tendrán que hacer.
Lo que me interesa señalar es que la condición de mujer no es una barrera infranqueable para alcanzar los puestos más relevantes de la sociedad y de las instituciones del Estado. Es la normalidad que representa la complementariedad de la especie. No por ser mujer se tiene que ser necesariamente mejor. Ni por ser hombre.
Este es el cambio de fondo que se está produciendo en las sociedades modernas y democráticas. Llegará un día, no lejano, que el género, no será decisivo. Dependerá todo de la capacidad de ganarse la voluntad de los electores, de ser competente, de observar la realidad con los ojos femeninos, astutos, inteligentes y suaves.
El feminismo combativo ha sido una bandera de enganche durante generaciones. No se trata de desplazar a los hombres sino de ser tanto o más competentes que ellos. La feminidad llegará mucho más lejos que el feminismo clásico.
Lo que es normal en la vida tiene que ser normal en la política, en los negocios, en las empresas, en las instituciones públicas o privadas. Ah!, y con el mismo sueldo y con las mismas condiciones laborales.