Había un país con tres presidentes. El primero gobernó durante casi un cuarto de siglo y era tenido por hombre grande, estadista, constructor de la patria, conocedor de vidas y haciendas de sus conciudadanos.
El primer presidente hizo muchas cosas para el país. Una dictadura anterior le envió a la cárcel por defender la existencia de una lengua y una cultura. Un hombre de gran voluntad, leído, al que no le temblaron las piernas cuando le querían destruir políticamente. Trabajador infatigable, llegó a pensar que el país sería un desastre el día que dejara la presidencia.
El segundo presidente había sido un gran alcalde de la capital del país. Modernizó la ciudad, organizó unos Juegos Olímpicos, consiguió un efecto llamada para millones de turistas que han convertido la ciudad en lugar de visita para personas de los cinco continentes.
Llegó un momento en que, inesperadamente, abandonó la alcaldía y se fue a vivir a Roma. Me consta que se lo pasó muy bien en la capital italiana. Hizo amigos y se comportaba como un personaje del Renacimiento, transitando con un utilitario y hablando con todo quisque sobre el presente y el futuro.
Pertenecía al partido socialista que no le quería en demasía pero le necesitaba. Sus correligionarios le rogaron que regresara a su ciudad para encabezar una candidatura que se batiera con el primer presidente. A la primera no lo consiguió. A la segunda tampoco derrotó al delfín del primer presidente pero llegó a la presidencia con la combinación parlamentaria de dos partidos progresistas y de izquierda.
Ahí empezó el calvario del segundo presidente. La corona de espinas que colocó frívolamente en la cabeza de uno de sus socios en visita oficial a Jerusalén se convertiría en una metáfora de la corona que llevaría hasta que la oposición y sus correligionarios de partido le invitaron a que convocara elecciones anticipadas y no se presentara como candidato de los suyos.
El segundo presidente tenía una vena poética. Era un hombre culto, desinteresado y honesto. Su abuelo, uno de los poetas laureados del país, había escrito piezas muy bellas y comprometidas en tiempos turbulentos. Dos artículos breves fueron censurados en su día pero más tarde verían la luz y todavía hoy son una referencia política y humanista.
El segundo presidente fue visitado por una enfermedad que se manifestó tímidamente pero que fue diagnosticada como cierta y que le iba a privar gradualmente de sus facultades. Algunas de sus declaraciones eran erráticas y desconcertantes.
Un sábado del mes de octubre del año 2007 convocó a las personas más próximas y desde un hospital modernista de su ciudad anunció que tenía los primeros síntomas de la enfermedad de Alzheimer. Dijo que se sentía un privilegiado porque sabría quién era porque sus conciudadanos le reconocerían.
Su último objetivo sería combatir la enfermedad. No sólo por lo que le afectaba a él personalmente sino para aliviar el dolor que comporta el Alzheimer para quien lo sufre y para los que están más próximos a él. Era su última batalla.
El tercer presidente conocía los síntomas de la enfermedad de su antecesor. Junto con el presidente del Estado del que el país en cuestión formaba parte, decidieron precipitar su alejamiento de la política activa. Con una frialdad propia de los que conocen y utilizan los resortes del poder, se buscaron fórmulas para que el recambio fuera lo más farisaico posible.
La estima ciudadana hacia el segundo presidente ha subido como la espuma en los últimos días. Por reconocimiento, por compasión y por humanidad.
El tercer presidente ha tenido una reacción correcta y ha dicho lo que tenía que decir. El presidente del gobierno del Estado mantuvo una conversación amable con él. Pero el primer presidente, 72 horas después del anuncio del comienzo de la enfermedad, no ha dicho nada.
No descarto que lo haya visitado o llamado por teléfono. Pero, en cualquier caso, no hay ninguna manifestación pública sobre la situación de su sucesor en los momentos que escribo este post. Entre las virtudes del primer presidente no se encuentra la generosidad. El tercero ha actuado con corrección política.
Lo más interesante es que el segundo presidente no le debe importar ni lo uno ni lo otro.
Muy bueno el cuento imaginado por usted Sr. Foix.
Aunque debería matizar algunos detalles.
Ni el uno pasó del dos, ni el dos de los anteriores y, ahora, el tercero simplemente demuestra que fue un funcionario.
J.J.
Tampoco nos pasemos.Ni tan bueno Maragall,ni tan malo Pujol. Ambos han tenido aciertos y errores, otra cosa es la simpatía que uno y otro puedan generar.Saludos
Maragall tiene el afecto de todos y más en estos momentos por los que atraviesa, Pujol siempre ha tenido celos de todos cuantos le rodeaban, empezando por Roca y ya ni hablar de los presidentes, caso Tarradellas o Pascual Maragall.
J.Vilá.
Maragall podria haber sido el gran presidente de cataluña sin el condicionante de ERC y con un equipo de tios tecnicos de nivel .
Montilla es el chico de los recados y la idea de cataluña de Pujol no me va .
Maragall es una mezcla entre Eduardo Mendoza y Jaume sisa . Esperemos que la enfermedad tarde .
Sr Foix: Bonito cuento.Sólo deseo que el final sea el típico de "fueron felices..".El Sr Maragall tiene una gran suerte al poder contar con una família y unos buenos amigos que le quieren y le apoyan.Seguro que a partir de ahora su vida será mas"rica i plena". Un saludo
Sr.Foix: Es posible que el primer presidente no haya dicho nada por considerarse el primer presidente Bis de la historia, con Tarradellas tampoco tuvo muchos detalles.
Senyor Lluis,
Que bé que resumeix la personalitat d'aquestes persones.
Montserrat